miércoles, 16 de noviembre de 2011

Danza Contemporánea de Cuba en el Terry: filosofando con los cuerpos

Por: Antonio Enrique González Rojas
  La eclosión de una generación humana, más definida por sus signos culturales y común alarido de independencia/supremacía, que por las marcas etarias; las conflictualidades endo y exógenas, generadas a partir de las divergencias entre propósitos individuales y grupales, con la consecuente segmentación en comunidades o meras unidades, discordantes hasta el antagonismo más recio, que acusa fracturas irreconciliables entre los congéneres; los nexos dialógicos establecidos entre las partes opuestas que recuperan la plural unidad generacional; son estos algunos de los aspectos de las dinámicas psicosociales metaforizados por el coreógrafo cubano George Céspedes, en la pieza Dejando el Cascarón, primera de las tres propuestas que la compañía Danza Contemporánea de Cuba hizo al público cienfueguero, entre el 11 y el 13 de noviembre, como parte de la IX Temporada de la Danza auspiciada por el Teatro Tomás Terry.   
  Describe la coreografía, desde una electrizante intensidad que no merma, la evolución dialéctica por los diversos estadíos de un emergente conjunto de homo sapiens, coligados por factores temporales, afectivos, intelectuales y/o geográficos, quienes paulatinamente toman conciencia de la autonomía de su poder colectivo, para consolidarse como nueva cúspide social, una vez desaparecidos los predecesores, por ley natural o artificial.
  A la vez que se brega por la preeminencia grupal, va desgranándose la ilusoria homogeneidad de propósitos y percepciones. Cada ente remonta o traza senderos diferentes, convergentes fortuitamente, o divergentes de la manera más violenta, con los atajos existenciales transitados por otros semejantes. Las interacciones entre elementos cada vez más diversos y discordantes, licúan la maciza médula grupal, deviniendo la citada generación en magmática y hasta contradictoria amalgama de singularidades opuestas, que terminará por diluir todo resto de la primigenia unidad. Persigue Céspedes articular un profundo análisis socioantropológico sobre el ser humano, más allá del impacto sensorial conseguido por su música de raíces techno, y las interpretaciones danzarias de alta expresividad logradas por los jóvenes bailarines, méritos de la propuesta que allanan el camino en la percepción de los públicos, para cavilaciones más complejas.
  Con la segunda propuesta, La Ecuación, de sino más íntimo, el creador plantea interrogantes filosóficas y hasta metafísicas, de mayor abstracción, acerca de la recombinación dialéctica de sucesos, decisiones, causas y azares, los cuales complejizan hasta la locura, la gordiana madeja de la existencia humana. Desechada queda de antemano toda simplificada linealidad, que haya podido ser elucidada por modelos reductores con pretensiones absolutas. Dentro del esquemático cubo, que circunscribe el espacio de acción coreográfica, los cuatro simbólicos “elementos” representados por los bailarines, se recombinan en infinitas posibilidades, generadoras de otras infinitas dinámicas factuales, cual fractalizado marasmo de eventos, impredecibles por la limitada preceptiva humana.
  Entre Dejando el cascarón y La Ecuación, varía la concepción coreográfica de Céspedes, pasando de la visceral emotividad de la primera, a una casi gélida interacción entre bailarines, quienos no representan personas o caracteres, sino factores, abstracciones que acusan perenne relativización de toda pretensión por encasillar la “realidad” en finitas y predeterminadas dimensiones.
  Con el mundialmente estrenado MeKniksmo, el coreógrafo retoma la cuerda socioantropológica, desde una visualidad art decó que remite casi instantáneamente a cintas imprescindibles como Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Tiempos Modernos (Charles Chaplin, 1936), sobre todo a la primera, donde se desarrolla, entre los operadores de las incomprensibles mega maquinarias, una coreografía muy similar a la de marras. Céspedes recontextualiza y contemporiza el discurso cuasi bolchevique sobre la alienación en la sociedad industrial, de la masa indiferenciada, reducida por los núcleos de poder (ya sea industriales, políticos o ambos) a mero herramental, perfectamente manipulable y reemplazable. Condición a que muchas veces se somete el ser humano de manera inversa, sacrificando todo rasgo de auténtica individualidad, y por ende de integridad, en pos de pertenecer al seductor mecanismo social, donde los engranajes aceptan a otros engranajes que siguen sus mismas rutinas, sin desplazarse un segundo de lo previsto. Todo está bien, todos somos terriblemente iguales, a eso aspiramos, a ese amargo altar sacrificamos nuestros atributos, el engrasado mecanismo social seguirá funcionando según el plan de producción. Las relaciones entre los “sólidos resistentes, móviles unos respecto de otros, unidos entre sí”, son perfecta y tranquilamente predecibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario