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martes, 3 de enero de 2012

Los pequeños gigantes no le cantan al Sol

Por: Antonio Enrique González Rojas
  ¿Qué es un niño?, preguntaría Perogrullo, con engañosa retórica, a los adultos empeñados en apreciar la infancia como una etapa digna de trascender a la mayor velocidad posible y fomentan en sus hijos (o los ajenos) los juegos de rol, imitativos de las rutinas y actitudes de los mayores de edad, o aceleran los potenciales físicos y/o mentales en ciernes, enunciadores de futuros talentos que se desarrollarán a su debido tiempo. ¿Es el niño un ser discapacitado, un defecto creacional digno de ser rectificado? ¿O son los primeros 10/15 años de la vida humana, una etapa tan plena de la existencia como cualquier otra, con peculiaridades conductuales y perceptuales a respetar, so pena de crear un adulto en miniatura que nunca recordará sus juguetes, sus fantasías? La fatalidad acecha a los superdotados que a lo largo de la historia han incinerado etapas en pos de ser exhibidos, las más de las veces, como fenómenos de feria, residiendo su mérito en ser adultos antes de tiempo. Más bien sus caricaturas.
  ¿Tiene el infante que zambullirse en el contexto cultural, artístico y estético de las generaciones precedentes, o arribar a estos paulatinamente, transitando por las adecuadas etapas de aprendizaje y aprehensión del mundo? ¿Está obligado el enano a ser gigante, ya que éste último es summun de virtudes, paradigma definitivo?
  Éstas son sólo algunas de las interrogantes, dudas e intríngulis que ha provocado en mi mente el programa Pequeños Gigantes, concebido por la mexicana Televisa, clasificado sin dudas entre los top ten de los audiovisuales foráneos, que los cubanos han degustado a DVD limpio en 2011, compartiendo palmas con Caso Cerrado, Esta Noche Tonight, Pellízcame que estoy soñando, Nuestra Belleza Latina, y otros productos de los canales Telemundo, 41 y 23. Programa este dedicado prolijamente a lucrar con la precocidad de infantes involucrados en las competencias semanales de habilidades danzarias, vocales, interpretativas y de “carisma”, para finalmente ser sometidos a pública subasta por SMS o teléfono, en dudosa interactividad y fomento de tempranos estrellatos, muy lucrativos para los patrocinadores y ¿favorables en algo para los nenes sometidos a intensa pugna por ver quién se parece más a un adulto, aunque reviente en el intento?
  Sí, muy graciosos se ven los chiquilines mimetizando las habilidades de bailarines, cantantes y actores maduros, violentando a troche y moche sus normales desarrollos, pues the show must go on, a  cualquier precio. Subyacen tras todo este andamiaje las comunes actitudes del padre que celebra en el vástago sus desmadejes de caderas a ritmo de reggaetón, sin frisar siquiera las producciones melódicas clásicas y modernas, con motivos más acordes a la edad de oro. Es aprobado con creces por los progenitores que visten al hijo con versiones en miniatura de la indumentaria de moda, perdiéndose la lozanía de sus escasos años tras gorras enormes, decoradas con rutilantes signos de dólar, hojas polilobuladas de cannabis o el logo de Wisín & Yandel, suéteres con iguales motivos, cintos con descomunales y rutilantes hebillas, abigarrados pantalones.    
  Ante la esplendente espectacularidad de estos pequeños, artificialmente madurados por los esteroides de la ambición irresponsable de los empresarios, y sobre todo de sus inescrupulosos tutores, poco pueden hacer iniciativas nacionales, más acordes con las necesidades espirituales de los niños, como el criollito festival Cantándole al Sol, que a finales de diciembre arribó a las dos décadas de promover la creación e interpretación musical para y por niños, que siguen siéndolo aunque se paren en un escenario. Pues no se ven forzados a disfrazarse de adultos, ni a imitar ninguno de sus asuntos, ni a clasificar como sombreros a boas digiriendo elefante.
    Irregular ha sido el transcurso de este certamen, con épocas de verdadero esplendor visual, compositivo e interpretativo, validando nuevos clásicos de la música cubana para niños como Chivirico Rico; M con A, N con I; Suki, el perrito salchicha; Reyes del Son y otros. Estas glorias se contraponen a momentos de franca nulidad, lastrados los nobles propósitos de los organizadores, bien por monótonas e improvisadas filmaciones de las canciones participantes, pasadas en la tira de cambio de la programación televisiva, restando atractivos a lo ya de por sí desfavorecido, bien por raquíticos temas que delatan pobreza en la composición contemporánea para niños. Aumenta la acritud del vino nuestro, que casi todos dejan de lado para consumir el dulcísimo néctar manada por propuestas externas como Pequeños Gigantes, tapizados sus senderos por piedras preciosas…justo como las calzadas del Infierno.   
   No es cuestión de vedar la posibilidad a los niños talentosos de que exhiban sus potencialidades reales, sino de canalizarlas debidamente, aparejándolas lo más orgánicamente posible con las dinámicas culturales de la infancia, sin menoscabo de la adecuada evolución psicológica del infante, de su aprendizaje a partir de códigos culturales y artísticos acordes con sus mentes libres de excesivos condicionamientos, sin reparos para rebosar de fantasiosas mitologías y poyesis íntimas. Cantándole al Sol, en sus diversas ediciones, ha sabido mantener una consecuencia con estos principios éticos, de respeto a una edad, al grupo social integrado por los niños, dignos de tener en cuenta en su autonomía cosmovisiva/conductiva. Soportado está dicho festival por una sólida tradición de creación cubana dedicada a los príncipes enanos, nutrida por numerosas iniciativas musicales, teatrales, mímicas, televisuales a todo lo largo del país, donde con más/menos rigor y calidad, es respetado por los bisoños públicos y los igualmente pequeños actantes. El clásico programa Cuando yo sea grande, de Iraida Malberti, al cual una mirada superficial cotejaría con los Pequeños Gigantes, en tanto los diminutos protagonistas ejecutaban roles adultos, para nada buscaba forzar las capacidades de tales actorzuelos, sino articular deliciosos juegos de sesgo humorístico.       
  No así sucede con los hipertrofiados chiquillos de Televisa, agigantados artificialmente a fuerza de la inescrupulosa ambición corporativa, cimentada sobre los pésimos y deformados gustos de multitudinarias audiencias, de las cuales no escapan desgraciadamente nuestros compatriotas, deslumbrados como todo el resto de Latinoamérica por las habilidades de estos niños-estrellas, cuyas inocencias se van al caño.
  Ante estas espectaculares giganterías, las voces cubanas que cantan al Sol ensordecen, a pesar de los recién cumplidos 20 años bregando a favor de una infancia digna, de niños orgullosos de serlo, pues ya habrá tiempo de mutar a la adultez. Una vez más, el desdichado reflejo jerarquizador del sujeto latinoamericano, ante productos foráneos con visos primermundistas (aunque México no lo sea), inclina la balanza a favor de estos infantes miméticos, en detrimento de las mejores intenciones, no consolidadas lo suficiente, de Cantándole al Sol.       

jueves, 20 de octubre de 2011

Elogio y reivindicación de la historieta

 “(La historieta es) un importante vehículo cultural y artístico al alcance de una inmensa cantidad de lectores. La historieta conjuga el lenguaje literario con el iconográfico, pero, además, le agrega elementos dramatúrgicos y otras convenciones que le proporcionan una fuerza y un atractivo singular, lo cual justifica y explica, en parte, la extraordinaria aceptación que tiene entre millones de lectores en una considerable parte del mundo”.
Cecilio Avilés Historietas. Reflexiones y proyecciones (Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1991)
Vista la historieta como “medio de comunicación que se sirve de un sistema constituído por dos órdenes sígnicos (imagen fija, más texto al pie de la imagen, o integrado en ella, o elidido), dependientes entre sí, y que se sirve de varias imágenes dispuestas en secuencia, con las que el lector reconstruye un relato, de protagonista fijo por lo común, imposible de transmitir con una sola imagen”(1), el potencial semiótico de la también conocida como TBO en España, fumetti en Italia, manga en Japón, monitos en México, comic-book y novela gráfica en Estados Unidos, muñequitos en Cuba, según las diversas áreas socioculturales en que ha fructificado, es de muy amplio espectro, en tanto confluyen y se interrelacionan en su lenguaje, en complejidades insospechadas, abundantes códigos y técnicas de la plástica, la cinematografía, la literatura, con preeminencia de lo icónico, empleadas a fondo sus  propiedades  sintéticas, simbólicas, metafóricas, y narrativas. Favorecido está su diálogo con el receptor, por su apelación a las primigenias raíces expresivas culturales de la Humanidad toda, ancladas en la visualidad, en el pensamiento asociativo, perviviente junto al abstracto hasta el día presente.
Desdibújanse así, los argumentos que la identifican (reconocida por muchos como Noveno Arte, despreciado por no pocos como subgénero menor), como fenómeno estético-comunicativo exclusivo de la Sociedad Industrial, fruto de la revolución tecnológica de la comunicación, ocurrida en Europa tras la reinvención de la imprenta a manos de Gutenberg, colateral al auge de la literatura, los almanaques, y la prensa periódica.
  Aunque reconocida es la obra humorística del suizo Rodolphe Töpffer: Histoire de M. Jabot (1833) y Dr. Festus, (1840), como precursora de la historieta moderna, por conseguir “un nuevo modelo de relato, integrado por imagen y texto, los cuales formaban un conjunto coaligado con el que se obtenía un significado nuevo y distinto al emitido por ambos órdenes sígnicos por separado”(2), Alejo Carpentier llama la atención sobre antecedentes, siglos más remotos, cuando escribe que “tiras cómicas -o sea, la narración de hechos, de acciones, mediante la sucesión de imágenes, precursora del cinematógrafo- se hallan ya perfectamente realizadas en técnica y espíritu, en los Códices mexicanos referentes a la Conquista, que nos cuentan por medio de escenas y figuras colocadas en su orden (por ellos sabemos cómo se vestía la Malinche, cómo se trajeaba Hernán Cortés), hechos históricos que determinaron el ocaso del imperio de los aztecas. ¿Y qué es la hermosa y larguísima Tapicería de Bayeux, sino una narración de la conquista de Inglaterra por los Normandos, mediante una técnica que es ya la de las tiras cómicas?”.(3) A cuatro décadas de redactada, sigue siendo ésta una contundente riposta a los “censores austeros”, como el propio autor catalogó, que asumían y asumen a esta manifestación como (pos)moderna, amenaza banal a las convencionales artes “mayores”, negada la evolución dinámica de éstas, donde nuevas expresiones y discursos, frutos legítimos de  recientes épocas y contextos, añaden constantemente nuevos estratos estético-conceptuales, expandidas las fronteras perceptuales hasta la modificación misma de la noción de Arte. Véase si no, el pop art realizado por el estadounidense Roy Lichtenstein desde 1957 hasta su muerte cuarenta años después, en apropiación directa de las viñetas de los comics USA más populares.
 Comprobado su éxito entre las multitudes que recurrían a sus cuadros humorísticos, la historieta se convierte en complemento indispensable de toda publicación periódica europea y estadounidense durante el siglo XIX, preferentemente en ediciones dominicales. Ocurre la rápida maduración de un lenguaje auténtico, donde la tipografía pasa de mera apoyatura como texto descriptivo, a parlamentos insertados más orgánica y dinámicamente, como las sentencias variables estampadas en la bata del pelón Mickey Dugan, the Yellow Kid, personaje creado por Richard F. Outcault en 1894 para la tira Down Hogan´s Alley; alcanzado su gran éxito en los periódicos New York World y Morning Journal, erigiéndose fundador del comic moderno estadounidense.
 El modo más común hasta la actualidad de presentar los textos emitidos por los personajes, son los “globos” brotados de sus bocas, cuya diversa tipología transmuta según el énfasis requerido para las frases. Uno de los hitos creativos más prominentes en la estructuración de estos elementos, patrimonio exclusivo de la historieta, fue Pogo, concebido en 1948 por Walt Kelly, donde cada personaje gozaba de una tipografía altamente elaborada, ganando la letra per se, sin igual preeminencia semiótica, además de los diversos lenguajes relacionados con ella: el profesoral gótico, las recombinaciones bizarras ornamentadas y estilizadas, del sensacionalismo periodístico y electorero.
 Desde las postrimerías del siglo XIX y albores del XX, la visualidad de la historieta marchó de manera casi paralela al de otro arte, junto a la fotografía, verdadero hijo legítimo de la Sociedad Industrial, la comunicación masiva y su reproducción mecánica: el cinematógrafo. En tanto éste iba enriqueciendo su sistema de planos y encuadres, y el montaje de acciones significativas en pos de conseguir mayores cotos expresivos e intencionalidad dramática; así como la complejización de la iluminación, las escenografías interiores y exteriores, la caracterización de personajes tipo y estereotipo; la historieta exploró, con piezas como las clásicas Little Nemo in Slumberland (Winsor Mc Cay, 1904), Krazy Kat (Joseph. Herriman, 1910), Tarzán (personaje literario que llega a la historieta en 1929, dibujado por Hal Foster) y Flash Gordon (Alex Raymond, 1934), las amplias potencialidades de la imagen plástica y los recursos gráficos, tipográficos, gramáticos: la perspectiva es tensada, explotada hasta los más hiperbólicos escorzos, primeros planos, encuadres picados, contrapicados y cenitales, con el propósito de exaltar al máximo de epicidad posible, acciones y emociones de los personajes. Comienza a emplearse la onomatopeya, de alta expresividad tipográfica y cromática, para reflejar estridencias y sonidos diversos, de impostergable intención dramática, fundamentalmente espectaculares golpes, explosiones. Las líneas o vectores cinéticos, utilizados para indicar desplazamientos y movimientos de cuerpos, objetos, fuerzas naturales, dirección de ondas sonoras, corrientes de aire, e incluso miradas intensas, se consolidan como otro recurso auténtico del lenguaje “historietístico”. Su heterodoxia y ecumenismo estético permiten, al decir del guionista cubano de historietas, Manuel Pérez Alfaro, que “cualquier cosa que pueda expresar un medio de comunicación, puede ser expresado también con la historieta, algunas veces mejor. Esta característica se la confiere hoy todo un complejo de códigos precedentes, cuya lectura resulta hoy completamente normal y su significado es el mismo universalmente (…) y su imagen gráfica es traducible a cualquier idioma”.(4)
 Precisamente, la relativa economía de recursos materiales para producir y reproducir una historieta, ínfimos al lado de la entonces (y aún) costosa parafernalia efectista del filme, permitió que muchas veces ésta se adelantara al Séptimo Arte en dichos apartados, logrando bizarrías visuales; extravagancias escenográficas; personajes de disímiles excentricidades, inalcanzadas por los limitados efectos visuales de entonces; imposibles planos detalles de sucesos y entidades microscópicas, o ubicadas en cavidades geográficas y corporales a las que, mucho tiempo después, se accedió a golpe de tecnología. La historieta permitió y permite soñar a los realizadores cinematográficos las futuras cintas, convirtiéndose en indispensable herramienta preambular de muchos: el llamado storyboard, donde los planos, secuencias y escenas de la cinta son preliminarmente planteadas en viñetas, que servirán de guía a los fotógrafos,
luminotécnicos y escenógrafos.
 El auge popular y la complejización temático-estética de la historieta, paralelo a la evolución del resto de los medios de comunicación masiva, además de los impresos: radio, cine (sonoro), TV, coadyuvaron (no ha dejado de suceder), a la máxima explotación comercial por parte de las casas ya especializadas en su edición (como
el King Features Syndicate, luego la DC  comics y la Marvel comics), concentradas en el atractivo inmediato a partir de escandalosos gags, espectaculares aventuras, intensos misterios o emocionantes romances, apropiándose de cuanto género literario (sobre todo las novelas pulp) y audiovisual gozara de aceptación entre los públicos más diversos:
policiaco-detectivesco, western, ciencia ficción, horror, belicismo, aventuras, capa y espada, fantasía heroica, deporte, humor en todas sus tonalidades y temas, muchas veces mezclados los resortes más atractivos de varios de ellos en un sólo producto, para así complacer más gustos a la vez: Dick Tracy (Chester Gould, 1931) Terry y los piratas, Steve Canyon (ambos de Milton Caniff, 1934 y 1947), Popeye (E. C. Segar, 1936), Prince Valiant (Harold Foster, 1937), Superman (Shuster y Siegel, 1938), Batman (Kane y Finger, 1939), The Spirit (Will Eisner, 1940), son sólo algunas puntas del iceberg.
 Dicho énfasis lucrativo, con la consecuente subordinación de la calidad a la cantidad, no impidió a la historieta, alcanzar cumbres artísticas y consolidar un lenguaje auténtico sobre dicha heterodoxa apropiación de recursos diversos, muy semejante al cine, que no es básicamente sino una  mezcla de teatro, danza, fotografía, plástica, literatura y música. Durante la primera mitad del siglo XX, las bondades del género se expandieron a todo lo largo y ancho del mundo, a la vez que las estereotipias e injerencias culturales del comic USA en todas las variantes, con más/menos dosis de racismo, xenofobia,
exaltación del american way of life. Se encontró en muchas regiones con la existencia y/o resistencia de movimientos gráficos en  diferentes estados de desarrollo, epigonales los más incipientes, propugnadores de estéticas propias de estas áreas culturales, los más consolidados.
 Más pronto que tarde, América Latina, Europa y Japón erigen sólidos circuitos alternativos respecto a la gran oleada norteña, incluso llegando al desafío abierto, como ha sido la sólida quinta columna articulada por el manga nipón, único real competidor comercial del comic. Traída fue esta estética a la modernidad por Ozamu Tetzuka sobre 1948, con obras como Shin Takarajima (La otra isla del Tesoro), Tetsuwan Atom o Astroboy, Ribbon No Kishi (conocida por el público nacional como La Princesa Caballero), consolidada por autores como Katsuhiro Otomo, creador de Akira, considerado el Ciudadano Kane de la animación; y Hayao Miyasaki, conocido como el Disney japonés. Esta prolífica corriente de la historieta extremo-asiática, no  puede referirse aparte de sus versiones animadas o anime.
  En los anales de la historieta mundial, han sido estampadas además, entre otras, las rúbricas de H. G. Oesterheld y Alberto Breccia con el inmortal Mort Cinder y El Eternauta, Fontanarrosa con Boogie el Aceitoso, e Inodoro Pereira, y Quino con Mafalda, todos argentinos; Helio Flores con El Hombre de Negro y Rius con Los Supermachos y Los Agachados, en México; el italiano Hugo Pratt con su enigmático y quijotesco Corto Maltés; Goscinny y Urdezo con el patrióticamente humorístico Astérix, Jean Claude Forest con la futurista erótica Barbarella, y las disímiles obras de Moebius, en Francia; Herge con Tin Tin en Bélgica; en España, las revistas TBO y Jaimito, Francisco Ibáñez con los disparatados Mortadelo y Filemón, Carlos Giménez con su Koolau el leproso, y los autobiográficos Paracuellos de Jarama y Los Profesionales; el anárquico inglés Alan Moore con su libertaria V de Vendetta y el iconoclasta Watchmen; el serbio/francés Enki Bilal con la alabada Trilogía de Nikopol; en Cuba, Chago con el inquietante y surrealista Salomón, Rafael Fornés con el filosófico Sabino, Juan Padrón con Elpidio Valdés, Orestes Suárez con las aventuras de Camila y Yakro e incontables abordajes de la historia patria, Rafael Morante con la experimental Alona, y Lillo con Matojo y Chicho Durañón.
 La autenticidad estético-discursiva de éstos, y miles más de creadores y creaciones mundiales, se contrapone y conjuga en la percepción de los públicos, con las avalanchas USA de superhéroes generados, redimensionados, recombinados hasta el infinito y más allá, por las transnacionales DC (Superman, Batman, Flash, Wonder woman, Green Lantern, Green Arrow) y Marvel (Fantastic Four, Spiderman, X men, Iron man, Hulk, Thor, Captain America, Daredevil, Punisher) y otras editoriales como Dark Horse, IDW Publishing, Image, Top Cow y Qualty comics, abiertas no obstante, a productos de alto rigor artístico que legitimen y renueven sus propuestas desde prismas diversos, muchas veces tan alternativos como las contrapartes no estadounidenses, en cuestiones de representatividad socio-racial-étnico-sexual, y perspectivas iconoclastas. De ahí las denominadas novelas gráficas, cuyas temáticas y enfoques trascienden la mera aventurilla, desde la restructuración completa de personajes como Batman, por Frank Miller, autor además de la contundente Sin City, los servicios de Alan Moore contratados por la DC; la obra Road to Perdition, de Collins y Rayner, inspirada a su vez en el manga Lone wolf and cub, de Kazuo Koike o la cruelmente satírica Kick Ass, de Millar y Romita Jr. Dentro de los propios Estados Unidos han fructificado además corrientes alternativas. Así como al cine industrial le ha sido contrapuesto el cine independiente, el comic comercial ha encontrado sus antípodas complementarios en las
corrientes underground, antiheroicas, sociosatíricas y paródicas, como la autobiográfica American Splendor, de Harvey Peckar, con dibujos de Robert Crumb.
 Los rigores gráficos y literarios insuflados por tales autores a las bras, las coloca a niveles igualitarios con la escritura y la lástica mundiales de más altas miras, amén de que, al igual que el ine, la historieta es terreno propicio para la adaptación de textos lásicos y modernos. Además, la historieta es una de las principales uentes temáticas, además de estético-técnicas, del cine, y viceversa, rticulándose estrecho maridaje entre estas dos manifestaciones rtísticas contemporáneas. Hasta el presente, prolifera el fenómeno en cuanta área cultural incida su ágil comunicatividad, mezclándose palabra e imagen en enriquecedora simbiosis expresiva, cuyos potenciales se delatan infinitos aún para aprehender la realidad, metabolizarla y expelerla en reinterpretaciones auténticas, que van desde el simbolismo abstracto hasta el realismo rotundo, de la mística a la filosofía, de la utopía a la distopía, del lirismo a la sordidez, de la sociología al intimismo, del heroísmo a la cobardía, del amor al terror.

Notas
1.- Barrero, Manuel: El Origen de la historieta española en Cuba. Landaluze, pionero de un nuevo discurso iconográfico latinoamericano. Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta. Nro. 14. Vol. 4. Junio de 2004.
2.- Ídem
3.- Carpentier, Alejo: Elogio y reivindicación del libro. Correo de la UNESCO.  Enero de 1972 (Año Internacional del Libro)
4.- Citado en Avilés, Cecilio: Historietas. Reflexiones y proyecciones. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1991.

Seres ¿humanos?

Por: Lilién Aguilera González

No pretendo rozar la utopía o la anquilosada imaginación al idear niñas de batas rosas y cintas de colores, sentadas a la sombra de los jardines, en justa gloria al archiconocido calificativo “edad de la inocencia”. Agua merecida para mis sentidos fantásticos fuera de época.
Cual resultado de su contexto y de la indetenible evolución social, no siempre renovadora, los evidentes cambios generacionales obvian costumbres arcaicas en las relaciones familiares.
El exceso de formalismos, la vedada intervención de los menores en las conversaciones de los adultos, y la extrema utilización de las normas de cortesía entre parentescos, fueron sustituidos por normativas menos convencionales y melosos apelativos. De igual forma desapareció la sacralización paterna dada por el pedido de la bendición cada noche antes de dormir. Cuán exagerados pudiesen parecer costumbres y hábitos alejados de la desmemoria.
Las eliminadas distancias entre padres e hijos favorece la interacción en consecuencia a orgánicas relaciones interpersonales, fomentadas en el respeto calado de confianza. El éxito en la convivencia familiar propicia la funcionalidad educativa y formativa, de la ya declarada en vetustas bibliografías, “célula fundamental de la sociedad”.
La educación es por tanto un acto de trascendencia social. La concepción oportuna de los descendientes superan los preparativos económicos, físicos o ideológicos. Los progenitores requieren de la gestación educativa básica para garantizar un coherente desenvolvimiento social de sus sucesores.
De esta forma, cada individuo carece de responsabilidad propia frente a las normas de comportamientos y conductas, establecidas en la infancia por sus parientes.
Educar durante el apogeo globalizador en la segunda década del siglo XXI, pudiere constituir labor frenética de inquebrantables. Aunque las condiciones económicas limiten a muchos estados la implementación urgente de las actualizadas tecnologías, sólo unos pocos primates preservan la inmunidad frente a la avalancha hipnotizadora.
La nación cubana circunda en el glamour de la flamante telefonía celular, touch panels, DVD's, HDD players, I-pods y I-phones, todos los MP posibles, y cuantas supuestas deidades favorezcan la esfera comunicativa a costa de la desnaturalización.
El cubano atesora el salario cada mes, negocia objetos en desuso, intercambia y regatea, en franco honor al verbo “luchar”, (calificativo inseparable de la identidad cubana), para la exhibición en un espacio privilegiado, sobre el estandarte glorioso, del apetecido trozo de plástico.
Desde su pronunciado podio, el artilugio muestra esta vez, entre saltos propios de las grabaciones realizadas por cámaras digitales domésticas, y desajustes característicos del escueto programa de edición movie maker, una producción, más que independiente, “casera”.
Una pequeña se estremece, literalmente, en pañales desechables, al unísono del sicalíptico background reggaetonero, en evidente imitación del típico video clip promotor del género. Rodeada de aplausos y coros obscenos, la sudorosa niña varía coreografías, mientras los caracteres en pantalla aclaran: “para que veas que los cubanos somos los más parranderos”.
Es frecuente testificar loas eufóricas, originadas por el aprendizaje de vulgaridades añadidas al escaso glosario, como acompañantes fieles de los habituales primeros vocablos “mamá-papá”.
Para Aloyma Ravelo, especialista en temáticas sobre sexualidad, mujer, adolescencia y familia, un menor cercano a los dos años de edad, es capaz de asimilar información determinante en su proceso formativo como individuo.
Es por tanto esencial el aprendizaje a edades tempranas, y decisivos los patrones de conducta incorporados, cuya modificación es casi inexorable. La búsqueda de supuestos culpables requeriría de una investigación basada en el análisis profundo del árbol genealógico.
Los adultos actuales y sus antecesores constituyen los únicos responsables en la asimilación de hábitos obscenos, alentadores de comportamientos degradantes. La educación no se basa en impeler regulaciones preestablecidas e impensadas, fuera o no del contexto, requiere del crecimiento espiritual e intelectual, si al menos el objetivo es formar seres humanos.

Fashion

Por: Lilién Aguilera González   
Y a ustedes sin dudas esto les parecerá ridículo.
Guy de Maupassant

                          Un hombre se va desnudo en la alfombra de su anhelo,

Los jefes de las tribus primitivas reservaban para su exhibición personal elementos ornamentales suntuosos. Estos incluían singulares marcas tribales, plumas, collares, y otros tipos de abalorios, limitado su uso para los demás miembros del clan.
En 1626, el príncipe elector Maximiliano de Baviera, dividió a sus súbditos en clases y determinó las telas y adornos para cada grupo social, con el explícito propósito de regular el exceso de lujos en el vestuario, e instaurar diferencias en las imágenes de los disímiles estratos sociales.
La Biblia no reseña si Adán y Eva designaron una rama de Siguaraya para los más poderosos, algo así como la similitud moderna de la reconocida marca Georgio Armani,  y otra de Yagruma para la horda.
Al cubrir y decorar su cuerpo, el único ser hábil para idearlo, surgieron las acerbas críticas, sin intenciones vejatorias o malignas, convirtiéndose en mandas y prohibiciones decretadas por criterios éticos y estéticos, preponderantes en culturas, países y grupos sociales.
Con la expansión en Europa de la religión católica, las piernas, sin distinción de sexo, debían estar ocultas. Esta singular prohibición se mantuvo hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando se logró exhibirlas en las prácticas deportivas. El busto femenino fue censurado, y los genitales masculinos, que en Grecia y otras civilizaciones antiguas, eran aclamados con gran devoción y culto al cuerpo humano. Los cabellos y  bolsillos resistieron los cambios, siendo modificados durante la Revolución Francesa.
Señalaba Moliere que las cosas no valen sino aquello que se les hace valer. La imagen humana era resuelta por imposiciones éticas dictadas en los preceptos religiosos, y las razones socioeconómicas más diáfanas. Sucedían además motivos paradójicos para quienes veían en las trenzas femeninas los rabos de Lucifer y solicitaban el castigo del cielo a los hombres de cabellos y barbas largas. Tal parece olvidaban la imagen del Jesús venerado.


mordido en la faz del cielo,/lleva, cargando en su nudo/la riqueza que no pudo/
en el viento cosechar,
Cuando el mundo avizora revelaciones tecnológicas nunca antes imaginadas, la manera de vestir en la isla cubana dista del tabardo renacentista masculino, especie de abrigo corto y ancho forrado de pieles. La infinita invasión consumista no excluye a las naciones menos desarrolladas. La fuerte manipulación de la conciencia supera las preocupaciones primordiales ante sucesos aterradores, como los mil niños que cada día mueren por falta de agua potable.
Cuba no abona espantosas cifras de esta índole, pero no permanece alejada de las ansias delirantes de proclamar una moda distante de las auténticas convenciones tradicionales y culturales. De manera que usted, si no es muy despierto, se vería de pronto adquiriendo barredoras de nieve para emplear en un país tropical, advirtió hace unos años, el periodista y reparador de almas, Manuel González Bello.
Esta mercancía no proviene de las tiendas cubanas, ni de sus exclusivas boutiques. Rebasa las dificultades del bloqueo y regulaciones legales. La familia trabajadora, limitada ante los inalcanzables precios, ingenia recursos, desde el famoso cerdito en venta, hasta las cuentas bancarias acumuladas tras varios años, para obtener al menos una de las codiciadas prendas, valoradas en tres veces y más el salario mensual. Lo que fuera una razón inquietante por cubrir una porción íntima del cuerpo al probar el sabor del fruto prohibido, es un  elemento determinante en la formación de diferencias de una sociedad pretendidamente construida en la sencillez y la humildad.
El niño que antes de ser Apóstol orinó en las cuevas de las arañas, sentenció: El advenimiento de la prosperidad corrompe. Qué de bueno y trascendente tiene entonces vivir en un mundo donde la superficialidad ocupa el más importante de los lugares, donde las sonrisas son fingidas y superadas por el llanto. La formalidad desplaza a la sensibilidad, y los seres semejantes físicamente, establecen diferencias ilógicas entre hermanos de supervivencia.
El crecimiento de la comercialización de estos productos se agudizó al terminar la Segunda Guerra Mundial. Se confeccionaron más artículos y había más ricos para comprarlos, y más pobres para carecer de ellos. Se convertían estos en artífices de la proclama a una vida superior. Era sentir con las manos la  codiciada felicidad. El que excede en riqueza excederá en pobreza, señaló Martí.
Los jóvenes europeos y americanos viven una engañosa libertad de consumo.  La industria de la moda aprovecha la nostalgia y el desgaste de la estética revolucionaria pop, el funcionalismo, el camp nostálgico, el exotismo o la moda folk. A partir de los años 80, se gesta la nueva sociedad, lo clásico, juvenil o deportivo‑funcional, para afirmar la propia individualidad. Es la era del consumo masificado por un afán de máxima personificación. El período de las vanguardias culmina y la esperanza del espíritu socializador de los 60 se ahoga en un mundo narcisista de ego hipertrofiado. Impera el agotamiento, confluyen algunas innovaciones audaces, no siempre criticadas. Con el postmodernismo todo estaba permitido.
La moda cubana actual no accede a las finas vestimentas europeas modernas de una sociedad siempre ávida de innovaciones y glamour. La proximidad anglosajona y los nexos entre los habitantes de estos países posibilitan la incorporación de prendas ostentosas, saturadas de brillantes, lemas en otros dialectos y modelos inusuales para este clima.
Uno tiene que seguir siendo quien es, y alejarse, como de la sombra de la mata de guao, de quienes pretenden cambiarte
, sugería el siempre teclero Guillermo Cabrera Álvarez.
Es como una epidemia, comienza aisladamente en un lugar y luego se extiende, para ser inmediatamente renovada. Es la limitación de la decisión y determinación propia a discernir entre una forma de vestir u otra, en la constante y fugaz superación, para continuar tal fuésemos zombis costumbristas, ante las exquisiteces publicitarias y sus técnicas para amaestrarnos.

pero vive, sin soñar/va dejando la sonrisa
Los ciudadanos del mundo no se dividen entre países ricos y países pobres, sino entre personas pobres y personas ricas. Cuando en Miami más de cien mil personas, casi un tercio del total de la población de 362 000 habitantes, necesitan ayuda alimentaria de emergencia, y los ingresos de los 400 estadounidenses más ricos superan las pecunias de la población entera de los 20 países más pobres de África, 300 millones de personas, estamos obligados a evitar que el progreso de los hombres dependa de las aspiraciones consumistas de otros. Somos mucho más que un montón de partículas textiles de varios tonos adheridas  a los huesos, el valor de un ser humano no se juzga por la posesión  de costosas vestimentas similares, o cada vez sabremos menos lo que es un ser humano.
¡Por supuesto que no pierde nada la libertad con vestirse en lo de un buen sastre y unir al mérito de la virtud el de la buena crianza! No basta saber llevar la levita para ser cómplice nato de los tiranos. La levita no es un pecado, ni la casaca tampoco. Washington, Bolívar y Lafayette eran tres dandys perfectos. Una arruga en el pantalón ponía a Bolívar fuera de quicio; Lafayette era un espejo de caballería, y gran perito en galanteos y danzas; Washington le echaba los platos a su despensero cuando le traía el vino picado
, comentó José Martí y Pérez.
No mezclemos la apariencia basada en la sencillez. Un individuo educado en la importancia de los valores universales, asumirá una personalidad auténtica y  enfrentará todo este consumismo delirante. Solo una persona esencialmente culta, puede resistir esa avalancha hipnotizadora. Escribió Antoine de Saint Exúpery: Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sin que primero debas evocar en los hombres el deseo del mar libre y ancho.

como un recuerdo en la brisa/ un hombre viene del mar.

El inevitablemente humano ejercicio de la censura

El ser humano es una curiosa mezcla de impulsos revolucionarios, ejercicios del libre albedrío desde la ruptura grupal y/o generacional, desarrollados a partir de la también arcaica lucha tribal por la supervivencia e imposición del (grupo o individuo) más apto; y de vagancia conservadurista, fruto también del arcano y animal instinto preservador de la especie. Esta contradicción y complemento de tendencias diferentes ha definido el acontecer de las civilizaciones, en eterna sucesión/coexistencia de pugnas y pactos estratégicos entre áreas de poder plurilocalizadas, integradas tanto por un mero individuo, como soportada en hordas regidas por intereses comunes.
Determinada parece estar esta Gran Humanidad por la ciclicidad eterna de perpetuaciones y rebeliones. La existencia del homo sapiens transcurre en una perenne bilocación perceptual entre consenso grupal pactado y disenso íntimo, este último emocionante, dramático, provocador de intensos flujos adrenalínicos en catarsis embriagadoras.
La imposición del más fuerte, ergo el más apto, y la posterior conservación del status quo en manos propias o derivaciones de éstas, díganse descendientes biológicos o espirituales (a la larga, réplicas del poder originario), lleva a excluir y negar potenciales competidores por el mando sobre la manada/tribu/comunidad/civilización. Sus sistemas de valores y representaciones son inevitablemente excluyentes, por la atávica incapacidad humana de aprehender la gordiana madeja dialéctica de la existencia; de percibir la meta-realidad más allá del umbral de la cueva platónica; de avizorar la esencial “cosa en sí” alegada por Kant.
De vocación cada vez más absolutista, el macho Alfa reclama la adscripción a su sistema de ideas, mientras las indetenibles fuerzas evolutivas, ignotas e inaprensibles, hacen fructificar cosmovisiones divergentes. Los nuevos machos Alfa, crecidos a la sombra del dominante que heredaron de éste, más que la obediencia, la instintiva necesidad de poder sólo satisfecha con la (más que eliminación) deglución del predecesor: léase su legado material y espiritual, redimensionado, readaptado a las nuevas circunstancias.
Los nuevos núcleos individuales o colectivos de poder en pugna dialéctica, no siempre concretan o consuman su arribo a cumbres preeminentes, hegemónicas. Muchos perecen en el camino o claudican, sin anular del todo su instinto competitivo, optando por el agazapado disenso de bajo perfil, contentándose con este tenue hidromiel de la rebelión enmascarada, sincretizada en procederes formalistas, congruentes sólo en apariencia con el sistema oficial de valores, mientras la intimidad se regodea con la violación paulatina de los preceptos. Surge lo alternativo, hidra de innúmeras cabezas reptantes por vías paralelas, tangenciales o perpendiculares respecto al derrotero eidético dominante; lo divergente, lo prohibido, alcanza altas cotas en las valoraciones por el mero hecho de su connotación antagónica, símbolo, de la rebelión perceptual.
Según incrementen la pretendida omnipotencia los códigos y significaciones del stablishment, más enfáticamente se abraza todo lo que implique o sugiera ruptura, desafío, por encima de la real dimensión, la real solidez de su corpus ideotemático.

Medios y mediaciones

Perogrullada ingenua, sería disertar sobre la utilidad que en los medios de comunicación masiva encuentran los núcleos de poder, para legitimar sus modelos ideoestéticos, deterministas del mundo y sus fenómenos ante los públicos. Cine, TV, Radio, Prensa y universo digital median entre la meta-realidad y la consciencia, como convenientes intérpretes de la existencia, facilitadores (sustitutos más bien) del pensamiento creativo, supliendo los azarosos descubrimientos particulares que cada ser humano está llamado a hacer sobre el entorno, desde su individualidad racional, desde la reconjugación y enriquecimiento particular de referentes culturales heredados y asimilados.
Todo poder político, económico, social, religioso o cultural, de hegemonía concreta o parcial, pero siempre pretendida como fin último, opera medios masivos para propagar su cosmovisión particular, estructurada según precisos intereses en pos de la adscripción de los grupos sociales a su proyecto. Durante la articulación de este modelo del mundo estructurado a conveniencia, se desechan, anulan, niegan y tergiversan diversos elementos contradictores del algoritmo definitivo, barnizado de idealidad, de perpetuidad.
Como censura es conocido este acto de negación e invisibilización de concepciones otras, heraldos caotizantes de la imperfección y perfectibilidad de cualquier proceso. Es definitivo acto de preponderancia y exclusión de cualquier postura iconoclasta, amenazante. Se manifiesta en los medios de comunicación con la defensa y fomento a ultranza del modelo jerarquizado por hegemónicos procederes.
Es la actitud de censurar perfectamente natural, casi un reflejo incondicionado, propiedad inherente a lo humano (competitivo y limitado). Priorizamos en nuestra mente determinados presupuestos ideológicos (vista la ideología como sistema general de ideas), en detrimento de otros igualmente válidos en su diferencia; todo sistema de pensamiento es selectivo y excluyente, y se vale tanto de argumentos racionales como de fuerza irracional, con tal de primar sobre semejantes divergentes en un grito de autoconfirmación y afirmación dominante sobre la manada. El macho Alfa es eternizado en cada ejercicio de poder.
Las agendas temáticas y conceptuales, o sea, las políticas editoriales de los medios de comunicación, explicitan las lógicas de gestores y productores, en la encarnizada lucha por prevalecer en las lizas subjetivas de los públicos, imprescindibles soportes del dominio.

C de censura

La censura mediática es un término que no ha dejado de herir la corteza de la nación cubana durante toda su historia, desde las decimonónicas proscripciones coloniales de la libertad de prensa para los anexionistas, autonomistas, independentistas; hasta la intervención y destrucción batistiana de periódicos filo comunistas como Noticias de Hoy, y los toques de queda informativos aplicados sobre el resto de las publicaciones, emisoras y canales televisivos.
Poco demoró este fantasma en materializarse bajo nuevas luces tras 1959, con la definitoria prohibición del cortometraje PM, de Sabá Cabrera y Orlando Jiménez; la salida del juego del escritor Heberto Padilla, proscritos sus textos junto al volumen Pasos en la hierba, de Eduardo Heras León; el demorado estreno, por más de un lustro, del misantrópico filme Un día de noviembre, de Humberto Solás; la aún vigente relegación de la cinta Alicia en el Pueblo de las Maravillas, de Daniel Díaz Torres y los cuentos bélicos recogidos en el libro Sur, latitud 13, Premio UNEAC de Ángel Santiesteban; además de la no publicación en editoras nacionales de obras del inglés George Orwell, el checo Milán Kundera y el peruano Mario Vargas Llosa, entre otros. Todo esto es lógico accionar, inevitables ejercicios de un poder en consolidación y perpetuación, que prioriza y discrimina, favorece o condena cosmovisiones, acorde al grado de correspondencia con la superestructura establecida.
En los medios de comunicación cubanos no dejan de funcionar los naturales procesos de inclusión/exclusión/modificación de las producciones, acordes con el modelo social preconizado por su productor, como no dejan de funcionar en el ancho mundo. Solo que en un lado se censuran unas cosas, y en otro lado, otras cosas, partes todas del eternamente incompleto rompecabezas de la existencia parahumana, incapaz el ojo de apreciarla en toda su integridad.
No alarmarse al advertir, en estos órganos nacionales, actitudes censoras inherentes al homo sapiens. Es poco menos que absurdo aspirar a una total inclusión de todos los pareceres todos, dentro de cualquier medio comunicativo, cubano o no; tan limitado como constreñido será siempre el discernimiento de sus productores humanos; aunque parezca cínica esta aseveración. Lejos estamos aún de trascender el natural hegemónico del Macho Alfa.
Censura es sinónimo de voluntad expresa del productor, que no hace ni más ni menos que lo que haría cualquiera de nosotros dotado de instrumento de legitimación tan poderoso como un medio masivo. Los ciudadanos franceses sufrían cuando los aristócratas les cortaban las cabezas; cuando tuvieron en sus manos los instrumentos adecuados, cortaron las cabezas de sus antiguos verdugos. Pura naturaleza humana.
Ahora, cuando todos los medios replican un modelo único, sin contrapartes sólidas, la acción selectiva-discriminativa del productor se sobredimensiona. La repercusión sobre las dinámicas culturales es escandalosamente arbitraria, pues quien no clasifique queda desamparado, lanzado impiadosamente al margen, a la otredad silenciada, incluso a la ningunidad.
El descarte de obras estéticas y discursos, ha conllevado a sus magnificaciones, nimbándolas seductoramente con la leyenda, erigidas en símbolos contraventores, líderes de la rebelión íntima del albedrío, cuyo disfrute secreto constituye aventura, reafirmación de la beligerante identidad individual contra el poder manifiesto. De ahí, en parte, los altos consumos de productos comunicativos realizados allende la frontera, promulgadores la gran mayoría de la diversión banal, lacrimógena, escandalosa hasta la sórdida reiteración de estereotipos kitsch. Súmese el gusto natural de altos porcientos de públicos por estas propuestas, a partir de sus niveles culturales. De ahí el pesimismo, el hipercriticismo desafiante, la insistencia en sacar a relucir “trapos sucios”, demostrar las improcedencias y absurdos de instituciones y convenciones oficiales, de denunciar la censura misma (como lo hace el documental Zona de Silencio, de Karel Ducasse; el artículo In media res pública, de Desiderio Navarro; o el impetuoso análisis que de las políticas culturales de la Revolución en sus dos primeras décadas hicieron los intelectuales en foros digitales, masivas conferencias y debates), que marcan relevantes áreas creativas de las ya no tan nuevas generaciones de realizadores audiovisuales cubanos; de escritores partidarios del “realismo sucio”; de polemistas heterogéneos.
El productor que sea, sólo prolongará su ciclo vital, si capea sabiamente los temporales que lanzan oleadas y oleadas de aguas disensoras por hendijas alternativas, si flexibiliza y amplia dialógicamente su pacto de lectura con los diversos segmentos sociales y sus expresiones creativas, audiovisuales e impresas, en lugar de perder credibilidad a golpe de excesos homogeneizadores, de predicación de modelos largo tiempo trascendidos por las dinámicas históricas, de divorcio con las “realidades” en que la siempre limitada percepción humana desmenuza la meta-realidad esencial kantiana. Y finalmente saberse superado por las tendencias alternativas y disensiones, de entes y entidades, genéticamente condicionados al ejercicio del poder, que una vez hechas con el poder primado pasarán a censurar, excluir, seleccionar, jerarquizar, en eterna historia de la buena pipa.

La eternidad del cambio universal y la estupidez humana

Albert Einstein presentó alguna vez, como únicas constantes eternas, el Universo y la Estupidez Humana, a lo que en época contemporánea, el cubano Enrique José Varona contrapuso, sin probable intercambio entre las dos personalidades, que lo único eterno es el Cambio. La aparentemente insalvable contradicción entre estas posturas, debido al absolutismo sentencioso que acusan, pudiera atemperarse en pos de articular una tercera verdad más completa. Pues si existe algo perenne en el ser humano, es precisamente las limitaciones en su cosmovisión, necesitada ésta de contrastar, diferir e integrarse con otros saberes, (emanados a su vez de contextos y prácticas diferentes) para desde la flexibilización de los estereotipos, vislumbrar los arquetipos gravitantes sobre las diversas aprehensiones que el ser humano hace de la metarrealidad.
Sociofilosóficamente hablando, el cambio pudiera definirse como el movimiento complejo/dialéctico de la individualidad y la colectividad humanas, hacia status coyunturales, cuyas únicas propiedades constantes son la mutabilidad y la finitud.
Todo ente singular o plural interactúa constantemente con semejantes dispares, divergentes no siempre antagónicos, y circunstancias externas a la responsabilidad humana, provocando fluctuaciones irrevocables en la cosmovisión y la praxis del (os) sujeto (s) de marras. Transita entonces hacia estados de cosas diversos, hasta la discordancia con, o negación de, las circunstancias iniciales, como éstas lo fueron respecto a sus propios antecedentes, y así ad infinitum. De ahí, la perpetua superposición y coexistencia de lógicas cosmovisivas otras, generadas por la conjunción irrepetible de circunstancias, en hitos temporales igualmente  irrepetibles. El poliedro de la metarrealidad es eterno en su asimilación de nuevas caras, cambia a cada saber agregado, a cada decisión tomada. Casi nada es desechable, en tanto es fruto legítimo de coyunturas auténticas.
Dichas constantes interacciones e interrelaciones causa-efecto, para nada lineales, cuya multiplicidad y simultaneidad son inconmensurables en sus reales dimensiones, someten, a su vez, toda cosmovisión humana a la relativización de sus cánones gnoseológico-culturales, sobre los que se fundamentan épocas, sistemas políticos, comunidades, instituciones, familias, individuos, hitos sedimentario todos de la tormentosa barahúnda de relatividades sobre la que navega la barca civilizatoria. Tan eterna como el Universo, será entonces la afluencia al redil social, de las llamadas subculturas o contraculturas (1).
Este movimiento dialéctico, expresado concretamente en el cambio, deviene entonces en ley metarreal, transhumana, aunque paradójicamente sea provocada por el obrar complejo, de los mismos individuos superados por ella. A fin de cuentas, la mariposa no tiene conciencia de haber provocado el tsunami. Su cumplimiento rebasa todo intento sectario por perpetuar determinado signo cultural, en detrimento de coexistentes y/o sucedentes, como expresión valedera. He aquí la eternidad del Cambio, apelada por Varona.
Resistencia al cambio
Una de las mayores limitaciones del ser humano, a la vez que propiedad definitoria de su proceder, es su innata incapacidad para reconocer su eterna incompletitud, incluidas las normas reguladoras de la vida sociomoral.
Incapaz de apreciar y aprehender el esquema general, el homo sapiens está genéticamente condicionado para responder agresivamente a las ignotas leyes que lo (a)baten, abatiendo su autoestima, delatando su incompetencia y merecedora del malthusiano exterminio. El instinto animal de supervivencia se sublima en macro-objetivo existencial de la especie, la cual busca prevalecer absolutamente sobre contextos y semejantes, como prueba óptima de su aptitud para existir. Claro, que esta piedra fundamental de la conducta humana ha sido enmascarada de mil y una maneras, hasta desdibujarse por completo a los ojos de los propios rectores o aspirantes al poder, en todas sus gradaciones. Recurren muchos al clásico autoengaño de poseer la verdad filosófica absoluta, de ser medida de todas las cosas, capaces unos pocos de pensar por millones. Aunque vale decir a su favor, que los millones, si fueran largados a su libre albedrío, al autogobierno utópico y responsable descrito alguna vez por Bellamy en su novela Loocking Backward (conocida en español bajo el título El año 2000), se enzarzaría la gran mayoría en variopintas pugnas, por ejercer voluntades a discreción, y coartar el derecho del prójimo a manifestar sus correspondientes, para finalmente retrotraerse el mundo al reinicio de las dinámicas tribales, a la agrupación y subordinación por intereses. Todo comenzaría de nuevo.
La prevalencia del núcleo de poder nacional (considérese incluso la plutocracia transnacional), de patriarca o matriarca sobre una familia, determina la consolidación de las respectivas autoridades morales y culturales, sobre los subordinados o descendientes. Cosmovisiones que, además de regular las dinámicas vitales, justificarán y asegurarán dichas autoridades para poner/disponer.
Legitimada como axis mundi, cualquier filosofía buscará transmigrar a las nuevas generaciones y comunidades culturales que surgirán alrededor del regente. Entes y entidades serán educadas, instruidas, moldeadas, instrumentadas, para contribuir a la replicación del sistema de valores establecido, y en última instancia para sofisticarlo, expandiéndolo hacia áreas autónomas bajo principios diferentes. Pocos poderosos educarán a sus acólitos y vástagos para reformar la tradición, hasta subvertirla en nuevas (supra)estructuras, para seguir los senderos infidentes del cambio. Pocos educan como evangelios vivos, que anuncian la peligrosa nueva de la liberación de la conciencia, siendo esta sólo un segmento de un gran diagrama, apenas presentido en las sombras (saberes) de la caverna platónica, y por ende, todas las posturas tienen algo de verdad, al menos el derecho de validación.
Este tipo de educación en el pensar, no conducirá obligatoriamente a la expansión de la conciencia, a la ascensión hacia planos abstractos, pero al menos formará en el respeto a la pluralidad cosmovisiva, en la heterodoxia que facilita una idea poco más exacta de la metarrealidad, del eterno Universo referido por Einstein. Esta educación preconizada por Luz y Caballero y el padre Varela, evitará la excesiva sacralización de modelos conductuales, o la axiomatización de ideas. Otro pensamiento, no mejor, pero sí diferente, es posible, y sobre todo, muy peligroso para la ortodoxia.
Y dicha ortodoxia la emprenderá contra todo peligro potencial para la solidez monolítica de su doctrina. He ahí la Estupidez mencionada por el reivindicador para el Occidente racionalista de la relatividad de las cosas. Cuando falle el condicionamiento cultural de las generaciones y subordinados, comenzará la represión. Cuando ésta falle, vendrá el maquiavelismo conciliador del decadentismo.
Manipulación del cambio
La decadencia de una civilización comienza cuando sus poderes de dominio cultural se perfeccionan tanto, que le permiten falsificar o inhabilitar las subculturas y contraculturas que constituyen su mecanismo adaptativo natural, cerrando así las vías de todo cambio (…)
(2). El instinto de conservación adquiere entonces la camaleónica habilidad de flexibilizar su corpus pragmático-conceptual, para prever y controlar la disensión en todas sus nuevas formas y expresiones, que no dejan de emerger de los procesos dialécticos ya descritos. Cual velocista Reina Roja conocida por Alicia a través del Espejo, el poder se lanza a una carrera desaforada para alcanzar, absorber y hasta inducir, los cambios de la realidad: desde la generación artificial de saberes en las comunidades culturales, articulando incluso in vitro, varios de estos grupos, y hasta las propias facciones disidentes.
Otro método más complejo es el desarrollo de meticulosas estrategias propagandísticas y de concienzuda zapa social, centradas en incentivar la ilusión de cambio perenne. Eternizando la coyuntura transicional de un poder a otro, se enmascaran los integrantes del núcleo preponderante como vanguardistas agentes del cambio, indiscutibles cúspides del movimiento social en un instante irrepetible de la historia, pero insostenible como definitivo estrato superior de una realidad demencialmente dinámica como la que vivimos, donde la incontenible  confluencia de factores y circunstancias, ya mencionada, redimensiona, supera y definitivamente  arcaíza toda cosmovisión de pretendidamente perpetua.
En el despliegue de su resistencia a reconocer los cambios sobrevenidos por las diversas dialécticas entretejidas fuera de su dominio, el núcleo de poder enrarece hasta la abstracción su postura, proponiéndola como mullido y plural nicho donde todos tienen el espacio soñado, donde es absurdo no acomodarse, donde es sencillamente insensato oponerse a la más pura encarnación del cambio. Cualquier alternativa contrapuesta al cambio abrogado (El Faraón era Ra en la Tierra, y contra el propio Dios no se podía luchar), no puede ser menos que filosóficamente negativo, carente de cualquier elemental derecho a existir fuera del artífice y medida de todos los cambios, dentro de cuyo seno absoluto son permitidos y fuera de este, imposibles de suceder. Fuera de esa esfera total sólo existe el vacío, donde levita abstracta maldad lovecraftiana.
El cambio se ve convertido en una entelequia instrumentada, antípoda de su verdadera naturaleza. Es reconnotado hasta el conservadurismo más virulento, que intenta perpetuarse desde la adaptación formal y hasta conceptual (hasta la total disolución de los principios ético-morales útiles para su gestión original, como meras herramientas), a las circunstancias que no dejan de variar fuera de su área de acción. Incluso cuando intente vetarlas, la propia naturaleza díscola del ser humano promoverá su disensión, hasta dentro de una campana de cristal. Sentirá el aguijón electrizante del dáimôn socrático, la experiencia vital agazapada en los genes, enrumbando por las disímiles vías del eterno cambio, el cual persiste en escabullirse entre los dedos con que la eterna estupidez humana intenta asirlo.
(1) En su libro El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2005. p. 17), el intelectual venezolano Luis Britto García apunta que así como toda cultura es parcial, a toda parcialidad dentro de ella corresponde una subcultura, para definir a ésta, unos párrafos más abajo, como un análisis de un aspecto nuevo y parcial de la realidad ambiental o social, y un conjunto de proposiciones para relacionarse con él. La subcultura se impone a medida que lo hace el grupo o clase que la adopta, hasta que, al llegar ésta a una posición hegemónica, la convierte a su vez en cultura dominante, usualmente con aspiraciones de someter a su dominador común a las restantes parcialidades culturales.
(2) Britto García, Luis: El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2005. p. 18

viernes, 14 de octubre de 2011

El intelectual participante o Casandra a horcajadas sobre una oveja negra


  Una de las peores maldiciones registradas en los anales mitológicos griegos, es el infortunado arte precognitivo de la princesa troyana Casandra, quien avizoró la nefanda suerte del reino de Príamo, la derrota deshonrosa de su hermano Héctor, para finalmente entrever su propia muerte y la del victorioso Agamenón, a manos de Clitemnestra y Egisto. Aciago es ya el soportar la inusual lucidez, sobre las posibles consecuencias y desenlaces de actuales accionares en futuros próximos/lejanos, cuando la mayoría de los congéneres sólo se regodean en las tinieblas de un presente coyuntural, bien sea por pragmática conveniencia, en detrimento del siempre tardo, pero nunca insoslayable juicio de las historias; bien por mera ceguera intelectual; bien por no soportar el vértigo que sobreviene cuando se atisban insondables abismos de abstracción y complejidad. Peor aún que esta condena del conocimiento, y la comprensión de causas y consecuencias de las cosas, es el rechazo indiferente o violento con que son aplaudidas estas vindicaciones del razonamiento dialéctico, por parte de los feligreses de lo inamovible, reivindicadores de lo no mutable, de lo eterno tautológico.
  Excluyen estos entes de su cosmovisión limitada debido a evidentes características fisiológicas, todo lo que implique sedimentación o coexistencia de estratos gnoseológicos nuevos y diferentes, que acusen relativizar posturas cimentadas desde la deconstrucción/vivisección de sus algoritmos de acción, de sus connotaciones y resultados. Removidos quedan los pilares de cómodos pedestales, expuestas bajo el microscopio sus debilidades, y la naturaleza inevitablemente imperfecta y efímera de toda obra humana, de piedra o de ideas.
  Los grupos de poder prevalecientes, dedican esfuerzos para conseguir consenso incondicional hacia el status quo,  stablishment o como quiera llamarse, mediante disímiles métodos que van desde pactos, la creación/eliminación de necesidades, la facilitación de flujos catárticos; hasta la manipulación de saberes y actitudes, la construcción de chivos expiatorios, el socavo concienzudo de la dignidad humana, el fraccionamiento de grupos socioculturales, desde la motivación del desarrollo personal por encima del compromiso social, y el más descarnado terror. El éxito del proyecto se sustenta en definitiva y ciega fe en su infalibilidad, su excelsitud, su magnanimidad, su inevitabilidad, como definitivo y definitorio non plus ultra del desarrollo humano.
El intelectual disonante
  El ser humano, como entidad social, se inclina irremediablemente a las entidades colectivas concomitantes con sus intereses, o al menos que le ofrezcan la canalización expedita de los demonios internos, y a posterior brega unida por imponerse, ergo sobrevivir desde la pugna directa con antagonistas o la supresión profiláctica de presuntos adversarios. A la lucha por esta preeminencia física y cosmovisiva del grupo sobre los grupos, ha dedicado casi todo su desarrollo herramental. El hueso lanzado por el triunfante antropoide en el filme 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968) se convierte en sofisticada nave interplanetaria, empleada a fin de cuentas con iguales fines conquistadores.
 Al intelectual toca caracterizar y analizar el hueso y la nave espacial, descubriendo al australopithecus tras la supertecnológica escafandra, interconectando referentes procesuales que permitan develar el rejuego de poderes que impulsan la noria de las historias, agazapado tras las más diversas máscaras humanistas, caritativas, místicas, liberadoras, nacionalistas, universalistas y un amplio etcétera, tan variopinto como los grupos humanos generadores. Todo embozo cae bajo el escalpelo de los eruditos que siguen tratando, al igual que muchos "trataron conscientemente de preservar su autonomía y libertad de expresión incluso cuando tomaban posiciones políticas y daban su opinión sobre los problemas de su momento. Se negaron a aceptar la tendencia principal de los tiempos. (…) Estos testigos radicales eran más bien parciales del proceso crítico, que consideraban que su tarea –en realidad, la principal tarea de los intelectuales- no era formular verdades, sino ayudar a otros a participar en la construcción colectiva de la verdad. Su ambición era catalizar la comprensión dialógica en el público general… El suyo era un compromiso a discutir en público, a abrir y mantener abiertos espacios para lo que se ha llamado discurso crítico. [1]
  El intelectual se distingue dentro de su contexto por cultivar la cualidad que distingue la especie entre los mamíferos superiores: pensar. Pensar más allá de la perspectiva pragmática, que analiza áreas específicas para engranarlas en su preciso rol dentro de mecanismos preconcebidos para domesticar la naturaleza, en toda la amplitud de  sentidos. Este ser peculiar indaga y sistematiza el entramado de procesos diversos (psicosociales, culturales, artísticos, económicos, políticos), convergentes en los devenires fenoménicos de la Humanidad. Discierne lógicas, sistemas, métodos, relatividades, complejidades, motivos y motivaciones, consiguiendo entrever un mayor segmento del gran cuadro, liberado un tanto del peligro aparejado a todo irracional y cegato sectarismo, ya que tanto su obra artística como analítica (intención una que para nada niega la otra, todo lo contrario) “en el universo que conocemos es siempre un acto de resistencia tanto como la confesión de un fracaso. Ortega expresó esta idea diciendo que, en el naufragio de la vida, la cultura era un movimiento natatorio. Lo cierto es que es una protesta contra todo determinismo y que si el artista es producto de su medio, lo es también de su reacción ante el medio; de hecho, es esa reacción, esa resistencia, la que lo distingue como artista.”[2]  
  Cual tercera pilastra fundamental de una sociedad (vistos como otros dos puntales Estado y el Pueblo), toca entonces al intelectual ejercer la crítica y promover su necesidad, como condición sine qua non para el desarrollo. Sobre el debate y la polémica serán cimentados los dialógicos entre múltiples posturas generacionales y faccionarias, en pos de equilibrar la pugna entre poderes varios, sobre frágiles pactos de convivencia y connivencia.
  Toca al minucioso anatomista del devenir humano, comprometerse con su consecuencia, con la sincera (aunque incompleta), enunciación de virtudes y errores, de extremismos y absurdas parcializaciones. Muchas veces se convierte en heraldo negro del agotamiento, la corrupción y el estatismo, primera trompeta que enuncia y recuerda la ineluctable finitud de toda obra humana, que toda obra humana se empeña en soslayar y posponer por mero instinto de supervivencia. Por obligación, el deceso superestructural y estructural será sucedido por otro estadio de cosas, pues la coyuntura transicional rehúye toda perennidad, tendiendo todo a un imprescindible orden, no superior por obligación, a veces peor, o simplemente surge una manera diferente de lucha por la prevalencia, de ascensión al poder de nuevos entes, negadores de su natural deceso, y así sucesivamente.
  ¿Condenado queda entonces el intelectual, a lanzar alaridos en medio de una batalla, tan encarnizada como fragorosa, de poderes multitudinarios, quedando su voz definitivamente silenciada?¿Qué puede hacer el pensador que observa (…) y que siente y que padece como miembro de esa sociedad y también en orden a su sagrado ministerio, tan respetable como el que más, si no es un mimetista vulgar o un simulador, desvergonzado, con alma de… funcionario? ¿Callar? No es su deber. ¿Hablar? Hablar ante la tormenta que se lleva sus palabras, como se lleva el viento las hojas que sacude y arranca de las ramas de los árboles, es tanto como disertar en las soledades del desierto, ante las pirámides inconmovibles.”[3]
 ¿Es el intelectual mero, aunque privilegiado, espectador de eternos conflictos, por la preeminencia tribalista de órdenes sobre órdenes, o cofradías sobre multitudes, ansiosas de ocupar a su vez tales nichos de poder? ¿El gobierno de los filósofos de Platón es neta alucinación? ¿Por qué a cada paso de la historia, el príncipe de Maquiavelo, a la cabeza de las oscuras hordas avizoradas por Huxley, Orwell y hasta Golding[4], taja con espada triunfante y vigente los ideales ejércitos utópico-humanistas de Moore, Campanella, Bacon, Swift, Bergerac, Rousseau, Marx y Bellamy[5]?
  El intelectual ignorado
  Los agudos, casi proféticos análisis de autores distópicos sobre las tendencias hegemónicas y supresoras de voluntades, hacia las que tiende casi deterministamente el desarrollo social, son reivindicados una y otra vez por la historia precedente y sucedente hasta la actualidad, en triste triunfo intelectual: la demostración flagrante de la fatalidad ególatra del ser humano, de la violencia genética hacia el prójimo, de la paz vista nunca como concordia de pluralidades, respetuosas hacia los derechos y libertades ajenos, sino como pax romana homogénea, amalgamados sólidamente sus basas con las cenizas y la sangre de los disensores, clonando en los congéneres la cosmovisión dominante, por siempre jamás.
  Maquiavelo comprendió que a los hombres sólo se les domina con el terror y la imposición, por lo que el estado nacional italiano, heredero del imperio pasado, debía alzarse sobre la aniquilación de las repúblicas, estados pontificios y principados de la península, cuya legítimo derecho a la existencia era refrendado mediante constantes guerras de rapiña endógenas y exógenas. Huxley narró una “felicidad” fascistoide erigida sobre la eliminación de las artes, la filosofía, la la familia y la diversidad cultural, en fin, de toda voluntad creativa, crítica, erradicadora revolucionaria de todo enquistado status quo. Orwell desempapeló hasta el tuétano más sórdido la abstracta sed de poder absoluto que motiva las pugnas aun tribálicas entre humanos, del inmovilismo social garantizado por la deformación de saberes universales; la paranoia de la vigilancia (el Gran Hermano te observa), la desconfianza cesariana (Divide y vencerás) que evitan cualquier cohesión de número significativo de seres para detentar una resistencia lógica, la canalización de la catarsis hacia quiméricos adversarios, y la represión definitiva de la naturaleza humana desde la humillación moral y física.        
  Como Casandra, estos intelectuales calaron en las dinámicas de poder más allá de las ideologías, que devienen edulcoradas (auto)justificaciones de los terribles medios esgrimidos para llegar a proyectos estáticamente pacíficos, y advirtieron sobre la fatal Cinta de Möbius sobre la que marcha la Humanidad. Moisés condujo al pueblo hebreo décadas y décadas de fatalidades por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. ¿Y después qué? Después, más contiendas fratricidas, genocidas, coloniales ad infinitum. Después, más e infinita muerte, hasta la deformación y degeneración de los ideales hasta lo meramente accesorio del poder, que terminó asesinando al Mesías tanto tiempo esperado.
  Como Casandra, estos intelectuales fueron y son desoídos en la praxis concreta, al igual que sus piadosos contrincantes utópicos, cuyas propuestas de naciones ideales sostenidas por un consenso no forzado (igualmente estático y desconocedor del pensamiento creativo), libertario respecto a las posturas de ascendientes y coetáneos, denotando ingenua e infinita fe en el triunfo posible de la concordia. Sus hallazgos sociofilosóficos, extraídos de la homicida ciclicidad histórica, para nada demarcan etapas vencidas, sino mera descripción de horrores insuperables. Transmútase entonces, la augur troyana, en rey Sísifo: la roca (dígase Humanidad), es empujada eternamente hasta una cumbre (dígase Felicidad, Utopía, Paz) nunca alcanzada, desde la cual desciende pesada hasta la sima (de barbarie competitiva) de donde fue izada, para remontar un nuevo intento.   
 Las facciones, en pugna por el poder, para nada asumen los razonamientos del pensador, y sus enseñanzas, como llamados a recuento, reposos reflexivos en medio del sendero cadavérico, aunque “raras veces es negado abiertamente, pero también raras veces es afirmado o reafirmado sin ambages: la mayor parte del tiempo es silenciado o mencionado de paso como un mero rasgo secundario o facultativo. Pero, incluso cuando se lo reconoce explícitamente en la teoría, es neutralizado de inmediato con restricciones y reservas de diverso alcance y naturaleza, y su desempeño en la práctica social concreta, deviene objeto de toda clase de acusaciones políticas y éticas.”[6]
  Tórnase entonces el intelectual, en incómoda oveja negra fabulada por Monterroso. Demuestra a las mayoritarias ovejas blancas que la realidad es polícroma, plagada de matices inquietantes, maculadores de la impecabilidad de proyectos sociales propuestos y/o impuestos. Igual suerte que el bovino sacrificado, corren las voces intelectuales, señalizadoras muchas veces de la imposibilidad de lo perfecto, la multiplicidad de bifurcaciones que puede tomar la senda, seguida de manera no necesariamente rectilínea y uniforme,  abundante en fluctuaciones, vacilaciones, patinazos y hasta arrancadas en falso.
  La Casandra de oscura lana  fuerza  límites de permisibilidad, establecidos por los gestores de procesos en curso. Rasgados los obnubiladores velos de irreversibilidad e invariabilidad desplegados ante los ojos de las sociedades, en imperdonable atrevimiento con el liderazgo ejercido por el macho Alfa. Este actúa en consecuencia: persigue, expulsa y sacrifica a la oveja descarriada que se atrevió a levantarle los faldones al poder, exponiendo sus vergüenzas.
  El intelectual instrumentalizado
  Más allá fue Monterroso, al advertir la tardía reivindicación del profeta bovino, una vez inevitablemente superada la etapa donde fue proscrito, por advertir sobre lo perecedero de todo. La nueva época, autopresentada como superior (¿?) respecto a la precedente, esgrime las elucidaciones del intelectual fenecido o expatriado, para reforzar el concienzudo descrédito que aumentará la talla cívico-moral-cultural del sucesor entronizado. Textos y testimonios serán sometidos a vivisección meticulosa para extraer con cuidado de los (todavía ambiguos) contextos, las citas, apotegmas, aforismos y hasta razonamientos completos, que serán injertados y resignificados, en el nuevo corpus teórico sobre el cual descanse la nueva lógica eidética.    
  Debidamente inducidas hacia las significaciones “correctas” (léase convenientes), serán las interpretaciones posibles de tales obras, reducida su universalidad filosófica a conveniente maleabilidad. Tergiversadas o simplemente ignoradas y hasta suprimidas, serán las áreas que resistan su adaptación. Recordar que el Winston Smith del ilusorio 1984, laboraba en el Ministerio de la Verdad, donde se tergiversaban y anulaban registros históricos. Con igual meticulosidad se dedican las nuevas jerarquías a censurar las nuevas ovejas negras, que ejerzan inconvenientes exégesis del lo instituído.
El intelectual plegado
  Mas no sólo los viejos pensadores fenecidos son manipulados, ya sin posibilidad de reclamación, sino que muchas Casandras optan por atemperar, modificar y adaptar voluntariamente sus vaticinios. Numerosas ovejas negras aclaran su lana, modulan sus disonantes balidos. Diversos intelectuales se adscriben sinceramente a los estamentos primados desde una ingenuidad crédula, optimista y utópica que los convertirá en furibundos miñones ilustrados, condenados a una posterioridad cínica, de escépticos traicionados, según el proceso se aleje de los fundacionales albores, y encamine sus pasos hacia el crepúsculo conservador, decadente.       
  El pensador consecuente, renovador, sincronizado con el devenir oficial, tarde o temprano entrará en crisis ético-gnoseológica, no más percibir contradicciones entre las dinámicas de sus razonamientos y los derroteros del proyecto; advertir la excesiva manipulación de sus ideas; ver coartados sus procederes; o ser explícitamente inducido a validar con su prestigio y caudal sapiencial, posturas insostenibles. Sobrevendrá la insoportable sensación de ser traicionado por la misma (ya no más) alternativa a la que apostó sus conocimientos. Arrebatará las adargas donadas al molino hecatónquiro, volviéndolas una vez más hacia él, o bien se enfriarán los ímpetus hasta el escepticismo y el cinismo más rotundos, garantes de la supervivencia latente en medio de un contexto ajeno ya. Los compases girarán hacia septentriones de pacífica neutralidad. Los Sergios de Alea (Memorias del Subdesarrollo, 1968) y Coyula (Memorias del Desarrollo, 2010), desandarán desvaídos las respectivas calles de La Habana y Nueva York, cual profetas indolentes de la alienación. 
  Mayor complejidad delata el múltiple sendero seguido por los intelectuales que incineran naves justo en las playas del Océano de la Razón, eternamente adscritos a las áreas preponderantes, validándolas y refrendándolas desde complejos ejercicios de sofismo, que responden a la conveniencia y la comodidad, o al más básico instinto de supervivencia, siempre en detrimento del prestigio, consecuencia y conciencia. Aún es sometido a escarnio histórico el español Camilo José Cela, involucrado hasta las heces con el franquismo, o las germanas Leni Riefenstahl (documentalista) y Thea von Harbou (escritora, guionista de cine y actriz), atrincheradas en el cieno nazi. Peor aún es el caso del brillante Ministro de Propaganda del régimen hitleriano, Goebbels, erudito y hábil comunicador, cuasi fundador de la propaganda política moderna, herramental utilísimo y adaptable y procedente para todas las ideologías.
  Instrumentalizados a conciencia, hermetizada la percepción ante el asalto de toda duda, o brutalmente autoanulada toda capacidad de desbordar las amuras del bajel sobre el que navegan justo hacia el naufragio, estos intelectuales ponen sus inteligencias, reducidas a esas alturas a meras astucias y subterfugios sofísticos, al servicio total de la causa. La medular (ap)actitud de todo verdadero intelectual y artista, en quien lo que “predomina no es la voluntad de creer en aquello que ya existe, sino la de sospechar nuevos mundos, nuevas relaciones. La voluntad de perturbar más que tranquilizar”[7]; es negada así, por esta autodamnación a la incriminación de las épocas/generaciones subsiguientes, y de sus propios coetáneos. Por este suicidio intelectual, son recompensados a veces los pensadores foucheístas, con el enaltecimiento, merecido o inmerecido, a cúspides gloriosas, en detrimento de otras voces, relegadas a la sombra por discutir o simplemente no refrendar el que 2+2 (tenga que ser por obligación) =5.
  Mientras la rueda de la Historia continúe girando sobre un mismo y estático eje de violencia y poder, los intelectuales parecen quedar relegados a moverse a su son vertiginoso, o bien arriesgarse a girar aislados según su propio ritmo, o bien levitar en la pacífica periferia, allende los márgenes borrascosos, como leñadores sin bosques, contentados con sus sueños de árboles. A la quijotesca Casandra, cabalgante sobre una oveja negra, sola ante la enmarañada dialéctica conflictual, canivalesca, del poder, como el demente hidalgo ante el molino, sólo le queda su consecuencia, y “tal vez soñar”[8].  


[1] BAUMAN,  ZYGMUNT: Los intelectuales en el mundo posrmoderno, en NAVARRO, DESIDERIO (Compilador): El Postmoderno, el postmodernismo y su crítica en Criterios, Centro Teórico-Cultural Criterios, La Habana, 2007
[2] FORNET, AMBROSIO: Hablando en serio, en POGOLOTTI, GRAZIELLA (Antologadora): Polémicas culturales de los 60, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2007, p. 288   
[3] GONZÁLEZ-MANET, EDUARDO: El Observador, en El periodismo en Cuba. Libro conmemorativo del Día del Periodista, La Habana, 1935, p.36
[4] Los escritores ingleses Aldous Huxley y George Orwell son autores de las correspondientes distopías noveladas Un mundo feliz (1932) y 1984 (1948). William Golding escribió El Señor de las Moscas (1954), metáfora más tangencial sobre la naturaleza depredadora del hombre para con el hombre (Homo homini lupus)
[5] Estos intelectuales son autores de obras sobre utopías sociales: Tomás Moore, de Utopía (alrededor de 1516), Tommasso Campanella, de La ciudad del Sol (1602), Francis Bacon, de La nueva Atlántida (1627), Jonathan Swift, de Los viajes de Gulliver (1726), donde expone la ideal sociedad de Brobddingnag, Cyrano de Bergerac de las historias cómicas de los estados e imperios de la Luna (1650) y del Sol (1662), Jean Jacques Rousseau de El contrato social (1762), Karl Marx de El manifiesto del Partido Comunista (1848) y Edward Bellamy de El año 2000 (1887).
[6] NAVARRO, DESIDERIO: In medias res publicas, en Gaceta de Cuba, La Habana, Nro.3 (mayo-junio) de 2001, p.42
[7] GARCÍA, JUAN ANTONIO: Las iniciales de la ciudad (la libertad expresiva en el cine de Fernando Pérez), en Otras maneras de pensar el cine cubano, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2009, p.115
[8] SHAKESPEARE, WILLIAM: Hamlet, Príncipe de Dinamarca