viernes, 14 de octubre de 2011

El intelectual participante o Casandra a horcajadas sobre una oveja negra


  Una de las peores maldiciones registradas en los anales mitológicos griegos, es el infortunado arte precognitivo de la princesa troyana Casandra, quien avizoró la nefanda suerte del reino de Príamo, la derrota deshonrosa de su hermano Héctor, para finalmente entrever su propia muerte y la del victorioso Agamenón, a manos de Clitemnestra y Egisto. Aciago es ya el soportar la inusual lucidez, sobre las posibles consecuencias y desenlaces de actuales accionares en futuros próximos/lejanos, cuando la mayoría de los congéneres sólo se regodean en las tinieblas de un presente coyuntural, bien sea por pragmática conveniencia, en detrimento del siempre tardo, pero nunca insoslayable juicio de las historias; bien por mera ceguera intelectual; bien por no soportar el vértigo que sobreviene cuando se atisban insondables abismos de abstracción y complejidad. Peor aún que esta condena del conocimiento, y la comprensión de causas y consecuencias de las cosas, es el rechazo indiferente o violento con que son aplaudidas estas vindicaciones del razonamiento dialéctico, por parte de los feligreses de lo inamovible, reivindicadores de lo no mutable, de lo eterno tautológico.
  Excluyen estos entes de su cosmovisión limitada debido a evidentes características fisiológicas, todo lo que implique sedimentación o coexistencia de estratos gnoseológicos nuevos y diferentes, que acusen relativizar posturas cimentadas desde la deconstrucción/vivisección de sus algoritmos de acción, de sus connotaciones y resultados. Removidos quedan los pilares de cómodos pedestales, expuestas bajo el microscopio sus debilidades, y la naturaleza inevitablemente imperfecta y efímera de toda obra humana, de piedra o de ideas.
  Los grupos de poder prevalecientes, dedican esfuerzos para conseguir consenso incondicional hacia el status quo,  stablishment o como quiera llamarse, mediante disímiles métodos que van desde pactos, la creación/eliminación de necesidades, la facilitación de flujos catárticos; hasta la manipulación de saberes y actitudes, la construcción de chivos expiatorios, el socavo concienzudo de la dignidad humana, el fraccionamiento de grupos socioculturales, desde la motivación del desarrollo personal por encima del compromiso social, y el más descarnado terror. El éxito del proyecto se sustenta en definitiva y ciega fe en su infalibilidad, su excelsitud, su magnanimidad, su inevitabilidad, como definitivo y definitorio non plus ultra del desarrollo humano.
El intelectual disonante
  El ser humano, como entidad social, se inclina irremediablemente a las entidades colectivas concomitantes con sus intereses, o al menos que le ofrezcan la canalización expedita de los demonios internos, y a posterior brega unida por imponerse, ergo sobrevivir desde la pugna directa con antagonistas o la supresión profiláctica de presuntos adversarios. A la lucha por esta preeminencia física y cosmovisiva del grupo sobre los grupos, ha dedicado casi todo su desarrollo herramental. El hueso lanzado por el triunfante antropoide en el filme 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968) se convierte en sofisticada nave interplanetaria, empleada a fin de cuentas con iguales fines conquistadores.
 Al intelectual toca caracterizar y analizar el hueso y la nave espacial, descubriendo al australopithecus tras la supertecnológica escafandra, interconectando referentes procesuales que permitan develar el rejuego de poderes que impulsan la noria de las historias, agazapado tras las más diversas máscaras humanistas, caritativas, místicas, liberadoras, nacionalistas, universalistas y un amplio etcétera, tan variopinto como los grupos humanos generadores. Todo embozo cae bajo el escalpelo de los eruditos que siguen tratando, al igual que muchos "trataron conscientemente de preservar su autonomía y libertad de expresión incluso cuando tomaban posiciones políticas y daban su opinión sobre los problemas de su momento. Se negaron a aceptar la tendencia principal de los tiempos. (…) Estos testigos radicales eran más bien parciales del proceso crítico, que consideraban que su tarea –en realidad, la principal tarea de los intelectuales- no era formular verdades, sino ayudar a otros a participar en la construcción colectiva de la verdad. Su ambición era catalizar la comprensión dialógica en el público general… El suyo era un compromiso a discutir en público, a abrir y mantener abiertos espacios para lo que se ha llamado discurso crítico. [1]
  El intelectual se distingue dentro de su contexto por cultivar la cualidad que distingue la especie entre los mamíferos superiores: pensar. Pensar más allá de la perspectiva pragmática, que analiza áreas específicas para engranarlas en su preciso rol dentro de mecanismos preconcebidos para domesticar la naturaleza, en toda la amplitud de  sentidos. Este ser peculiar indaga y sistematiza el entramado de procesos diversos (psicosociales, culturales, artísticos, económicos, políticos), convergentes en los devenires fenoménicos de la Humanidad. Discierne lógicas, sistemas, métodos, relatividades, complejidades, motivos y motivaciones, consiguiendo entrever un mayor segmento del gran cuadro, liberado un tanto del peligro aparejado a todo irracional y cegato sectarismo, ya que tanto su obra artística como analítica (intención una que para nada niega la otra, todo lo contrario) “en el universo que conocemos es siempre un acto de resistencia tanto como la confesión de un fracaso. Ortega expresó esta idea diciendo que, en el naufragio de la vida, la cultura era un movimiento natatorio. Lo cierto es que es una protesta contra todo determinismo y que si el artista es producto de su medio, lo es también de su reacción ante el medio; de hecho, es esa reacción, esa resistencia, la que lo distingue como artista.”[2]  
  Cual tercera pilastra fundamental de una sociedad (vistos como otros dos puntales Estado y el Pueblo), toca entonces al intelectual ejercer la crítica y promover su necesidad, como condición sine qua non para el desarrollo. Sobre el debate y la polémica serán cimentados los dialógicos entre múltiples posturas generacionales y faccionarias, en pos de equilibrar la pugna entre poderes varios, sobre frágiles pactos de convivencia y connivencia.
  Toca al minucioso anatomista del devenir humano, comprometerse con su consecuencia, con la sincera (aunque incompleta), enunciación de virtudes y errores, de extremismos y absurdas parcializaciones. Muchas veces se convierte en heraldo negro del agotamiento, la corrupción y el estatismo, primera trompeta que enuncia y recuerda la ineluctable finitud de toda obra humana, que toda obra humana se empeña en soslayar y posponer por mero instinto de supervivencia. Por obligación, el deceso superestructural y estructural será sucedido por otro estadio de cosas, pues la coyuntura transicional rehúye toda perennidad, tendiendo todo a un imprescindible orden, no superior por obligación, a veces peor, o simplemente surge una manera diferente de lucha por la prevalencia, de ascensión al poder de nuevos entes, negadores de su natural deceso, y así sucesivamente.
  ¿Condenado queda entonces el intelectual, a lanzar alaridos en medio de una batalla, tan encarnizada como fragorosa, de poderes multitudinarios, quedando su voz definitivamente silenciada?¿Qué puede hacer el pensador que observa (…) y que siente y que padece como miembro de esa sociedad y también en orden a su sagrado ministerio, tan respetable como el que más, si no es un mimetista vulgar o un simulador, desvergonzado, con alma de… funcionario? ¿Callar? No es su deber. ¿Hablar? Hablar ante la tormenta que se lleva sus palabras, como se lleva el viento las hojas que sacude y arranca de las ramas de los árboles, es tanto como disertar en las soledades del desierto, ante las pirámides inconmovibles.”[3]
 ¿Es el intelectual mero, aunque privilegiado, espectador de eternos conflictos, por la preeminencia tribalista de órdenes sobre órdenes, o cofradías sobre multitudes, ansiosas de ocupar a su vez tales nichos de poder? ¿El gobierno de los filósofos de Platón es neta alucinación? ¿Por qué a cada paso de la historia, el príncipe de Maquiavelo, a la cabeza de las oscuras hordas avizoradas por Huxley, Orwell y hasta Golding[4], taja con espada triunfante y vigente los ideales ejércitos utópico-humanistas de Moore, Campanella, Bacon, Swift, Bergerac, Rousseau, Marx y Bellamy[5]?
  El intelectual ignorado
  Los agudos, casi proféticos análisis de autores distópicos sobre las tendencias hegemónicas y supresoras de voluntades, hacia las que tiende casi deterministamente el desarrollo social, son reivindicados una y otra vez por la historia precedente y sucedente hasta la actualidad, en triste triunfo intelectual: la demostración flagrante de la fatalidad ególatra del ser humano, de la violencia genética hacia el prójimo, de la paz vista nunca como concordia de pluralidades, respetuosas hacia los derechos y libertades ajenos, sino como pax romana homogénea, amalgamados sólidamente sus basas con las cenizas y la sangre de los disensores, clonando en los congéneres la cosmovisión dominante, por siempre jamás.
  Maquiavelo comprendió que a los hombres sólo se les domina con el terror y la imposición, por lo que el estado nacional italiano, heredero del imperio pasado, debía alzarse sobre la aniquilación de las repúblicas, estados pontificios y principados de la península, cuya legítimo derecho a la existencia era refrendado mediante constantes guerras de rapiña endógenas y exógenas. Huxley narró una “felicidad” fascistoide erigida sobre la eliminación de las artes, la filosofía, la la familia y la diversidad cultural, en fin, de toda voluntad creativa, crítica, erradicadora revolucionaria de todo enquistado status quo. Orwell desempapeló hasta el tuétano más sórdido la abstracta sed de poder absoluto que motiva las pugnas aun tribálicas entre humanos, del inmovilismo social garantizado por la deformación de saberes universales; la paranoia de la vigilancia (el Gran Hermano te observa), la desconfianza cesariana (Divide y vencerás) que evitan cualquier cohesión de número significativo de seres para detentar una resistencia lógica, la canalización de la catarsis hacia quiméricos adversarios, y la represión definitiva de la naturaleza humana desde la humillación moral y física.        
  Como Casandra, estos intelectuales calaron en las dinámicas de poder más allá de las ideologías, que devienen edulcoradas (auto)justificaciones de los terribles medios esgrimidos para llegar a proyectos estáticamente pacíficos, y advirtieron sobre la fatal Cinta de Möbius sobre la que marcha la Humanidad. Moisés condujo al pueblo hebreo décadas y décadas de fatalidades por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. ¿Y después qué? Después, más contiendas fratricidas, genocidas, coloniales ad infinitum. Después, más e infinita muerte, hasta la deformación y degeneración de los ideales hasta lo meramente accesorio del poder, que terminó asesinando al Mesías tanto tiempo esperado.
  Como Casandra, estos intelectuales fueron y son desoídos en la praxis concreta, al igual que sus piadosos contrincantes utópicos, cuyas propuestas de naciones ideales sostenidas por un consenso no forzado (igualmente estático y desconocedor del pensamiento creativo), libertario respecto a las posturas de ascendientes y coetáneos, denotando ingenua e infinita fe en el triunfo posible de la concordia. Sus hallazgos sociofilosóficos, extraídos de la homicida ciclicidad histórica, para nada demarcan etapas vencidas, sino mera descripción de horrores insuperables. Transmútase entonces, la augur troyana, en rey Sísifo: la roca (dígase Humanidad), es empujada eternamente hasta una cumbre (dígase Felicidad, Utopía, Paz) nunca alcanzada, desde la cual desciende pesada hasta la sima (de barbarie competitiva) de donde fue izada, para remontar un nuevo intento.   
 Las facciones, en pugna por el poder, para nada asumen los razonamientos del pensador, y sus enseñanzas, como llamados a recuento, reposos reflexivos en medio del sendero cadavérico, aunque “raras veces es negado abiertamente, pero también raras veces es afirmado o reafirmado sin ambages: la mayor parte del tiempo es silenciado o mencionado de paso como un mero rasgo secundario o facultativo. Pero, incluso cuando se lo reconoce explícitamente en la teoría, es neutralizado de inmediato con restricciones y reservas de diverso alcance y naturaleza, y su desempeño en la práctica social concreta, deviene objeto de toda clase de acusaciones políticas y éticas.”[6]
  Tórnase entonces el intelectual, en incómoda oveja negra fabulada por Monterroso. Demuestra a las mayoritarias ovejas blancas que la realidad es polícroma, plagada de matices inquietantes, maculadores de la impecabilidad de proyectos sociales propuestos y/o impuestos. Igual suerte que el bovino sacrificado, corren las voces intelectuales, señalizadoras muchas veces de la imposibilidad de lo perfecto, la multiplicidad de bifurcaciones que puede tomar la senda, seguida de manera no necesariamente rectilínea y uniforme,  abundante en fluctuaciones, vacilaciones, patinazos y hasta arrancadas en falso.
  La Casandra de oscura lana  fuerza  límites de permisibilidad, establecidos por los gestores de procesos en curso. Rasgados los obnubiladores velos de irreversibilidad e invariabilidad desplegados ante los ojos de las sociedades, en imperdonable atrevimiento con el liderazgo ejercido por el macho Alfa. Este actúa en consecuencia: persigue, expulsa y sacrifica a la oveja descarriada que se atrevió a levantarle los faldones al poder, exponiendo sus vergüenzas.
  El intelectual instrumentalizado
  Más allá fue Monterroso, al advertir la tardía reivindicación del profeta bovino, una vez inevitablemente superada la etapa donde fue proscrito, por advertir sobre lo perecedero de todo. La nueva época, autopresentada como superior (¿?) respecto a la precedente, esgrime las elucidaciones del intelectual fenecido o expatriado, para reforzar el concienzudo descrédito que aumentará la talla cívico-moral-cultural del sucesor entronizado. Textos y testimonios serán sometidos a vivisección meticulosa para extraer con cuidado de los (todavía ambiguos) contextos, las citas, apotegmas, aforismos y hasta razonamientos completos, que serán injertados y resignificados, en el nuevo corpus teórico sobre el cual descanse la nueva lógica eidética.    
  Debidamente inducidas hacia las significaciones “correctas” (léase convenientes), serán las interpretaciones posibles de tales obras, reducida su universalidad filosófica a conveniente maleabilidad. Tergiversadas o simplemente ignoradas y hasta suprimidas, serán las áreas que resistan su adaptación. Recordar que el Winston Smith del ilusorio 1984, laboraba en el Ministerio de la Verdad, donde se tergiversaban y anulaban registros históricos. Con igual meticulosidad se dedican las nuevas jerarquías a censurar las nuevas ovejas negras, que ejerzan inconvenientes exégesis del lo instituído.
El intelectual plegado
  Mas no sólo los viejos pensadores fenecidos son manipulados, ya sin posibilidad de reclamación, sino que muchas Casandras optan por atemperar, modificar y adaptar voluntariamente sus vaticinios. Numerosas ovejas negras aclaran su lana, modulan sus disonantes balidos. Diversos intelectuales se adscriben sinceramente a los estamentos primados desde una ingenuidad crédula, optimista y utópica que los convertirá en furibundos miñones ilustrados, condenados a una posterioridad cínica, de escépticos traicionados, según el proceso se aleje de los fundacionales albores, y encamine sus pasos hacia el crepúsculo conservador, decadente.       
  El pensador consecuente, renovador, sincronizado con el devenir oficial, tarde o temprano entrará en crisis ético-gnoseológica, no más percibir contradicciones entre las dinámicas de sus razonamientos y los derroteros del proyecto; advertir la excesiva manipulación de sus ideas; ver coartados sus procederes; o ser explícitamente inducido a validar con su prestigio y caudal sapiencial, posturas insostenibles. Sobrevendrá la insoportable sensación de ser traicionado por la misma (ya no más) alternativa a la que apostó sus conocimientos. Arrebatará las adargas donadas al molino hecatónquiro, volviéndolas una vez más hacia él, o bien se enfriarán los ímpetus hasta el escepticismo y el cinismo más rotundos, garantes de la supervivencia latente en medio de un contexto ajeno ya. Los compases girarán hacia septentriones de pacífica neutralidad. Los Sergios de Alea (Memorias del Subdesarrollo, 1968) y Coyula (Memorias del Desarrollo, 2010), desandarán desvaídos las respectivas calles de La Habana y Nueva York, cual profetas indolentes de la alienación. 
  Mayor complejidad delata el múltiple sendero seguido por los intelectuales que incineran naves justo en las playas del Océano de la Razón, eternamente adscritos a las áreas preponderantes, validándolas y refrendándolas desde complejos ejercicios de sofismo, que responden a la conveniencia y la comodidad, o al más básico instinto de supervivencia, siempre en detrimento del prestigio, consecuencia y conciencia. Aún es sometido a escarnio histórico el español Camilo José Cela, involucrado hasta las heces con el franquismo, o las germanas Leni Riefenstahl (documentalista) y Thea von Harbou (escritora, guionista de cine y actriz), atrincheradas en el cieno nazi. Peor aún es el caso del brillante Ministro de Propaganda del régimen hitleriano, Goebbels, erudito y hábil comunicador, cuasi fundador de la propaganda política moderna, herramental utilísimo y adaptable y procedente para todas las ideologías.
  Instrumentalizados a conciencia, hermetizada la percepción ante el asalto de toda duda, o brutalmente autoanulada toda capacidad de desbordar las amuras del bajel sobre el que navegan justo hacia el naufragio, estos intelectuales ponen sus inteligencias, reducidas a esas alturas a meras astucias y subterfugios sofísticos, al servicio total de la causa. La medular (ap)actitud de todo verdadero intelectual y artista, en quien lo que “predomina no es la voluntad de creer en aquello que ya existe, sino la de sospechar nuevos mundos, nuevas relaciones. La voluntad de perturbar más que tranquilizar”[7]; es negada así, por esta autodamnación a la incriminación de las épocas/generaciones subsiguientes, y de sus propios coetáneos. Por este suicidio intelectual, son recompensados a veces los pensadores foucheístas, con el enaltecimiento, merecido o inmerecido, a cúspides gloriosas, en detrimento de otras voces, relegadas a la sombra por discutir o simplemente no refrendar el que 2+2 (tenga que ser por obligación) =5.
  Mientras la rueda de la Historia continúe girando sobre un mismo y estático eje de violencia y poder, los intelectuales parecen quedar relegados a moverse a su son vertiginoso, o bien arriesgarse a girar aislados según su propio ritmo, o bien levitar en la pacífica periferia, allende los márgenes borrascosos, como leñadores sin bosques, contentados con sus sueños de árboles. A la quijotesca Casandra, cabalgante sobre una oveja negra, sola ante la enmarañada dialéctica conflictual, canivalesca, del poder, como el demente hidalgo ante el molino, sólo le queda su consecuencia, y “tal vez soñar”[8].  


[1] BAUMAN,  ZYGMUNT: Los intelectuales en el mundo posrmoderno, en NAVARRO, DESIDERIO (Compilador): El Postmoderno, el postmodernismo y su crítica en Criterios, Centro Teórico-Cultural Criterios, La Habana, 2007
[2] FORNET, AMBROSIO: Hablando en serio, en POGOLOTTI, GRAZIELLA (Antologadora): Polémicas culturales de los 60, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2007, p. 288   
[3] GONZÁLEZ-MANET, EDUARDO: El Observador, en El periodismo en Cuba. Libro conmemorativo del Día del Periodista, La Habana, 1935, p.36
[4] Los escritores ingleses Aldous Huxley y George Orwell son autores de las correspondientes distopías noveladas Un mundo feliz (1932) y 1984 (1948). William Golding escribió El Señor de las Moscas (1954), metáfora más tangencial sobre la naturaleza depredadora del hombre para con el hombre (Homo homini lupus)
[5] Estos intelectuales son autores de obras sobre utopías sociales: Tomás Moore, de Utopía (alrededor de 1516), Tommasso Campanella, de La ciudad del Sol (1602), Francis Bacon, de La nueva Atlántida (1627), Jonathan Swift, de Los viajes de Gulliver (1726), donde expone la ideal sociedad de Brobddingnag, Cyrano de Bergerac de las historias cómicas de los estados e imperios de la Luna (1650) y del Sol (1662), Jean Jacques Rousseau de El contrato social (1762), Karl Marx de El manifiesto del Partido Comunista (1848) y Edward Bellamy de El año 2000 (1887).
[6] NAVARRO, DESIDERIO: In medias res publicas, en Gaceta de Cuba, La Habana, Nro.3 (mayo-junio) de 2001, p.42
[7] GARCÍA, JUAN ANTONIO: Las iniciales de la ciudad (la libertad expresiva en el cine de Fernando Pérez), en Otras maneras de pensar el cine cubano, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2009, p.115
[8] SHAKESPEARE, WILLIAM: Hamlet, Príncipe de Dinamarca

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