viernes, 14 de octubre de 2011

Eros pluralizado o del tratamiento de la homosexualidad en la TV Cubana



  Si bien la homosexualidad como tema, conflicto o simple perfil psicosocial, ha sido ampliamente abordada por el audiovisual --cinematográfico y televisivo--, a lo largo y ancho del orbe terrestre, esta aguardó décadas de desfase con las perceptivas mundiales para aparecer en la respectiva palestra cubana.
  El definitivo descongelamiento del tema gay en las grandes y pequeña pantallas nacionales fue provocado, indiscutiblemente, por las intensas llamas desprendidas por la cinta Fresa y Chocolate (Tomás Gutiérrez Alea, 1993), donde la figura del lezamiano Diego, se erige como bizarro símbolo de la pluralidad ideocultural del cubano, coartada, hasta los mismos umbrales de la década de 1990, por timoratas intenciones homogeneizadoras. Recuperada quedaba así la ecuménica concepción  de la cubanidad (legada por Ortiz) como ajiaco de saberes, prácticas, verdades diversas e igualmente valederas. El homosexual culto, espiritual, crítico, y sobre todo consecuente consigo mismo, reclamó su lugar dentro de una nación donde hay espacio para todos, sin que todos vean al mundo a través de lentes monocromos.
Otras obras, patrimonio de la pantalla institucional, o de circuitos alternativos, han pisado desde entonces este terreno, aún movedizo por la pentacentenaria tradición viril de nuestro latinoamericano país, bien desde la caricatura externa y pintoresca de Kleines Tropicana (Daniel Díaz, 1997) y Las noches de Constantinopla (Orlando Rojas, 2001); bien desde la discreta figura de Carlos Cruz en La Bella del Alhambra (Enrique Pineda-Barnet, 1989); también desde mayores indagaciones en los prejuicios homofóbicos que familia y sociedad erigen contra los homosexuales, expuestos en Video de Familia (Humberto Padrón, 2002) y Casa Vieja (Lester Hamlet, 2010); bien desde el análisis de las dinámicas erótico‑amatorias entre seres del mismo sexo, referidas indistintamente en Perfecto amor equivocado (Gerardo Chijona, 2004) y El viajero inmóvil (Tomás Piard, 2008). No ha faltado la referencia a posturas más extremas como el travestismo, expuesto en Los dioses rotos (Ernesto Daranas, 2009); o desde disyuntivas más íntimas, frutos de la autorrepresión y la frustración, desplegadas en Bailando Cha cha chá (Manuel Herrera, 2005), y la descarnada Chamaco (Juan Carlos Cremata, 2010).
Dos almas, dos cuerpos, dos hombres que se aman…
  A la saga de la cinematografía nacional, la TV Cubana tuvo que esperar las postrimerías del siglo XX y los inicios del XXI, para colimar personajes y situaciones de sino homosexual. Mientras que desde foráneas latitudes llegaban a las masas televidentes criollas, problemáticas de esta índole, incluso a través de las apreciadas telenovelas brasileñas como Vale Todo (lesbianismo velado, debidamente obviado por meticulosa edición casera) y La próxima víctima (relaciones gay más explícitas, merecedoras de toda una subtrama); ya sobre 1992, el excelente seriado cubano Pasión y Prejuicio incluía en su reparto el sutil personaje secundario del periodista Galarraga, interpretado por Carlos Padrón, cuyo refinamiento es, en un momento climático, acreditado a su homosexualidad; seguido poco tiempo después por el farsesco, pero no menos atractivo Bolito, de Para el año que viene, sorprendente y tardío detour en la casi (y fatalmente) finalizada carrera actoral de Manolo Melián, eterno villano de las “aventuras” cubanas.
  El personaje del homosexual casi siempre masculino, es asumido en estos audiovisuales seriados, y en algunos teleplays de los ‘90 y principios de los 2000, como pieza peculiar dentro de sus entramados dramatúrgicos de sesgo melodramático o humorístico, sin buscar colocar en cardinal nodo situacional las conflictualidades social y personal, detonadas por el (auto)reconocimiento como persona homosexual, factor disonante dentro una dinámica social consensuadamente heterosexual. Recordar la otra telenovela Salir de noche, donde la trouppé de larguiruchas modelos no careció de los igualmente frívolos maquillistas, hiperbólicos hasta lo farsesco. Desde un prisma de representaciones más amable, pudieran concebirse estas primeras tentativas como apreciables prédicas de igualdad, donde más que “reflejar” la realidad cotidiana aún prejuiciosa, se contrapusieron a ésta esquemas de interacción sociofamiliar, donde la tendencia homosexual de los personajes se imbricaba decorosamente con las dinámicas cotidianas y afectivas.
  A medida que el melodrama telenovelesco nacional ha ido adquiriendo guisa cada vez más sociologista, en más/menos exitosos intentos por conciliar emotividad lacrimógena con problémicas psicosociales, se ha ido complejizando y priorizando la homosexualidad como conflicto personal, llegando a, sin dudas, una de sus cúspides con la historia del seriado La cara oculta de la luna, protagonizada por Rafael Lahera, quien remonta el muy complejo laberinto socioafectivo de la bisexualidad. A lo Far from Heaven (Todd Haynes, 2002), es dinamitada la vida de este amante padre de familia, por un aseñorado Armando Tomey, en probablemente la mejor interpretación de su carrera. Aunque el eje de la irregular propuesta eran los avatares de cubanos infectos de SIDA, esto vino a ser conclusión casi tomada por los pelos en dicha historia, cuya riqueza dramática desbordó los bastante rígidos presupuestos originales.
  Todo un retroceso significa sin embargo la apenas desarrollada trama del jovenzuelo “bitongo” de la recientemente transmitida Añorado Encuentro, el cual se descubre homosexual desde el rechazo a su novia, perdiéndose áurea oportunidad de abordar la prolífica conflictualidad familiar entre padres “hétero” y vástago “homo”. Apenas una crisis(ita) climática de facilista resolución, acaecida en los últimos capítulos, entibia las gélidas calderas.
  Prima casi de manera absoluta, tanto en el cine cubano paralelo y subsiguiente, como en estas producciones de más de una década atrás, la representación del homosexual bajo la luz de Marte, y no de Venus. Esto puede haber ocurrido por una curiosa manifestación/desdoblamiento del machismo tradicional, donde hasta en el tratamiento de la tendencia de marras, el hombre prevalece cual figura primordial en la jerarquía sexual cubana. Precisamente, tal ruptura con la ortodoxia moral establecida hasta los ‘80 en el audiovisual criollo, debía provenir de la desacralización de este canon axial de nuestra sociedad, al estilo del sacrilegio extremo cometido por Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), con la deconstrucción del cowboy estadounidense, insuperable cúspide viril del país norteño.
Cuando una mujer besa a otra mujer, tanta belleza…
  La herejía sexual de la mujer, aún segregada de los espectros de representación social cinematográfica y televisiva, por actitudes más sutiles, casi por atavismos condicionados, tuvo que aguardar un poco más para encontrar ecos significativos, aunque, a la larga, más contundentes.
  Se lleva entonces la TV las palmas sobre el cine, en el abordaje de la homosexualidad femenina, contando con una piedra fundacional como la teleserie (que no telenovela) La otra cara, concebida por Rudy Mora, para ofrecer una visión muy particular del hombre cubano contemporáneo, dubitativo en medio de encrucijadas morales/sentimentales/domésticas. Rasgada su coraza viril por ciento una cuitas, revelando sus vulnerabilidades. El eje de una de las cuatro historias narradas paralelamente, fue la relación amatoria entre un retrosexual Alberto Pujols (sin dudas el personaje que más le acomoda, amén las variaciones que pueda articular), y una sensible artista de la plástica, encarnada por Jaqueline Arenal. La creadora satisface finalmente sus necesidades espirituales, negadas por la brusquedad inexpugnable de su pareja masculina, con una modelo sintonizada con su registro sentimental, en lejana referencia a la novela El color púrpura, de Alice Walker.
  Esta suerte de feminismo lésbico, aupado por visiones masculinas, define claras pautas en el tratamiento del amor entre mujeres, más poético, espiritual, compartidas además por las clasificaciones esgrimidas por los especialistas, donde los varones son categorizados como HSH (Hombres que tiene SEXO con Hombres), mientras que las féminas son MAM (Mujeres que AMAN a Mujeres). Aún continúa subrayándose la delicadeza femenina convencional, en la representación de las relaciones lésbicas, persistiendo el estereotipo socialmente potable, amén que el cine mundial trascendió este tópico tiempo ha, con filmes como Boys don’t cry (Kimberly Peirce, 1999), y Monster (Patty Jenkins, 2003), donde las respectivas Hillary Swank y Charlize Theron se desfiguran hasta la retrosexualidad más burda, mereciendo sendos premios Oscar. La subtrama lésbica de Aquí estamos adolece de dicha estetización, donde también se frisa demasiado ligeramente el tópico bisexual, concentrándose el enfoque en diversas gradaciones de los códigos de valores de las homosexuales mujeres: las extremistas autosegregadas, complejistas a la larga, v.s las naturalmente asumidas, sin temor alguno a la expresión libre de sus preferencias, para culminar en un final de tintes equívocamente homofóbicos, ya que la fundamentalista lesbiana no fue balanceada por la contraposición de un extremista heterosexual. Finalmente pierde a su doncella en manos del galán más atractivo de la serie (que para más señas fue nombrado Adonis). De más está mencionar, la escandalosa ausencia del beso amatorio entre las actrices, actitud moralista de realizadores (¿o productores, quizás?), que retrotrajo la propuesta de un aporte realmente significativo a los anales audiovisuales cubanos.
  La actual teleserie Bajo el mismo sol es la tercera entrega consecutiva de una TV sincronizada a pesar de todo con la distensión (y la lucha por ésta), casi eclosiva de los tabúes sexuales vivida por la sociedad cubana de hoy. El tema homosexual acusa protagonismo cimero, e inusual redimensionamiento, exhibiendo desde el primer capítulo de la propuesta, como indiscutible mérito, la concepción del personaje de la lesbiana varonil, relegada aún a los últimos nichos de las escalas de tolerancia social, por su violenta discordancia con los atributos estéticos de la mujer, último baluarte de quienes logran trascender reticencias sexuales, siempre que se respete el arquetipo femenino. De ahí el tema Delicadeza, donde Carlos Varela canta en su disco 7, a la maravilla casi mística del amor entre doncellas. Con este lesbianismo más “duro” interpretado sólida aunque patéticamente por Dailenys Fuentes, catalizador de la masculinización de la mujer en todos sus aspectos, apunta a una disolución de fronteras sexuales mucho más complejas de las previstas (y toleradas) por la mayoría de la sociedad cubana, colocando al seriado en el ojo de un subrepticio huracán, cuyas batientes fuerzas aún no alcanzan ni por asomo el punto álgido en el país y su arte.


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