viernes, 14 de octubre de 2011

Carnavales: “Masividad” v.s Razón


Por: Lilién Aguilera González
  Aún recuerdo frases ininteligibles y fatales para la invención infantil, culpables de visualidades nocivas a mi corta edad. Imágenes de cadáveres verduscos y sangrientos arrastrados por las calles, a su vez putrefactas y desoladas. Habitual comparación ante ambientes demacrados y roídos por el exceso de la actividad humana.
  Para entonces, los supuestos trozos de madera rodante tampoco me resultaban atractivos, mucho menos los artefactos giradores milimétricos cuyo nombre pudo ser la única cercanía con las constelaciones. No pretendo pecar de insolente e inconforme, aunque no sean pocos los “inocentes” pródigos que censuran estos ideales derrotistas. Soy, simplemente, testigo de realidades distantes de  conceptualizaciones y lógicas supuestamente humanas.
  Distan en demasía los carnavales cubanos actuales de las fiestas del Corpus Christi y la Epifanía, realizadas antes de 1585, entre danzas de esclavos y marchas por toda la ciudad de La Habana. La evolución de estos bailes conduce al primer festejo carnavalesco en 1833, aunque es en 1902 donde se instituyen, patrocinadas por la alcaldía, este tipo de celebraciones.
  Mediante una mezcla inconsciente e instintiva, las festividades fueron pensadas para la representación de los valores autóctonos, tradicionales, identitarios, patrimoniales, en plena defensa y preservación de las esencias nacionales.  
  Los nacidos en la década de 1930, recapitulan travesuras ocultas tras las máscaras, disfraces multicolores, abundantes cenas y bailes, acontecidos en los días de cuaresma. En muchas municipalidades, estas celebraciones aún constituyen el suceso cultural más significativo del año, al punto que fundan un antes y después de los ansiados festejos, cuyo minucioso análisis desprendería una numerosa variedad temática para los sociólogos y antropólogos.

 De tradicionalismos, el órgano oriental, a fuerza de empeños de sus seguidores, unas pocas agrupaciones objetadas por espectadores “jóvenes y  modernos”, por azar, algún gallo de tres espuelas, tres patas y doce uñas,  anunciado con dificultad, y la invicta cerveza acompañada de carne de cerdo con mariquitas.
  En el glorioso pináculo, la música grabada, tal himno fiel a los ratings de popularidad, y de vez en vez, como por azar, el asomo de Adalberto Álvarez o los Van Van para complacer a los casineros.
  De carnaval, apenas el colorido de los adulterados Ed Hardy, Armani, Dolce & Gabanna, De Puta Madre, el uniforme de la legitimidad, atuendo indispensable en la enigmática pasarela de la aceptación; boleto inicial en el pavoneo presuroso y altanero de los “pinos nuevos/huecos”. ¿Saldo positivo? La socialización; por cierto, a muy alto precio.
  En un siglo XXI realmente preocupante, la condición involutiva se postula en varias áreas del comportamiento humano. Trágicas circunstancias cuando la “masividad” no es precisamente sinónimo de razón.










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