viernes, 14 de octubre de 2011

El selecto club de los juegos inteligentes: sobre los programas de participación en la TV Cubana


¿Quién no se atribuye alguna virtud,
cierto talento o un firme carácter?
José Ingenieros
(El hombre mediocre)

  El ser humano racional, capaz de (re)conocerse como ente creativo, y modificar la realidad que una vez lo engendró a su imagen y semejanza, conforma su credo vital desde el influjo del genio individuado, que clama por detentar una cosmovisión única e independiente, salpicado por el main stream gnoseológico de la sociedad: saberes compartidos, consensuados por la convención y la conveniencia; y también el instinto primitivo de pertenencia a un grupo social, donde la integración a un núcleo homogéneo deviene estabilidad, seguridad, al saber que el Sol siempre sale por el Este, que las rosas son rojas/ las violetas son azules…
   De dilemas prístinos como este de ser vs. formar parte, no puede huir prácticamente nadie. Se adoptan actitudes salomónicas, treguas o pactos entre el demonio perturbador del librepensamiento, y el angelote calmo del resguardo en el seno social. Muchos (demasiados diría yo) asumen posturas ante la sociedad y ante sí mismos, donde se proponen, se venden y hasta regatean, como seres independientes, realmente buscando descollar por sus “particularidades”, desde canales de legitimación social sobradamente legitimados, valga el retruécano.    
  La Televisión, profeta doméstico con la mayor feligresía de la historia humana conocida, capaz de prometer y cumplir todos los deseos sin entrañar riesgos para la integridad física y emocional de sus seguidores, provee vías ideales para ejecutar actos hipócritas de uno consigo mismo, que busca ser reconocido entre muchos por la hazaña bailar, cantar, declamar o contar anécdotas humorísticas, espetadas durante el dominó o la descarga con los socios, ahora redimensionadas  ante las cámaras.
  Bajo esta égida, los shows mediáticos que a lo largo del mundo dan oportunidades doradas a talentos aficionados, incógnitos hasta el momento, gozan de alta preferencia entre las audiencias, casi desde su misma concepción en fecha añosa. Hace cerca de ocho décadas, miles de cubanos seguían las emisiones radiales CMQ de La Corte Suprema del Arte, donde se competía bajo la amenaza de la campana apocalíptica, con la cual el jurado deshacía castillos de naipes. Desde entonces, la fórmula caló como idea democratizadora, art way of life donde todos pueden alcanzar el Parnaso.
Todo el mundo a moverse
   Proliferaron en las programaciones audiovisuales cubanas, espacios donde se abría el escenario del ICRT, o los estudios del FOCSA, al ciudadano común con aptitudes y/o actitudes favorables hacia alguna manifestación artística, preferentemente el baile y la interpretación musical: Todo el mundo canta, Para Bailar, Joven Joven y sus variantes posteriores Para que tú lo Bailes, Bailar Casino y A moverse.
  Los influjos de tecnologías interactivas como el karaoke, conjugados con la despreocupación o desinterés hacia el rigor necesario, para que tales competencias no cayeran en saco roto, y resultaran efectivos aportes al arte, hicieron que la TV Cubana trastabillara en el umbral del siglo XXI  con talent shows cada vez más emparentados con la Corte de los Milagros, como el mencionado A moverse y Super 12, donde las competencias de interpretación de temas banales y populacheros a ultranza, ocurrían sin una sensata preselección que evitara los grandes ridículos transmitidos cada domingo, redundantes en la denostación de la dignidad de los participantes, acentuada la definitiva intención ridiculizadora por el constante chanceo de los conductores oficiales. El último espacio mencionado, en su crepúsculo (el cual acaeció desde la transmisión piloto) ejecutó diversos juegos físicos, tomados al calco de programas europeos, de preferencia española, como El juego de la Oca: iniciativas tan “ingeniosas” como explotar globos con el trasero o reconocer animales babosos con el tacto.
  El humor cubano, al parecer no lo suficientemente peyorado en las últimas dos décadas, llenas de oportunismo y concesiones en pos de la pecunia personal, ha recibido nuevas mancillas con la ascensión al ruedo mediático de improvisados (en el peor sentido) “chistosos”, pertrechados de humoradas refritas de la Internet o de los shows de Álvarez Guedes, Robertico, el Titi y el Nene, Los Robertos y hasta la peor de las etcéteras. Los intentos preliminares de programas como En la Viva y el propio Contacto, donde se lograba acotar en cierto sentido el peligroso explayamiento de la ridiculez, dieron lugar a posteriores desafueros como Los amigos de Pepito, donde se pecó de mayor liberalidad, amén cierta preselección y adiestramiento por parte del “padrino” Berazaín. Mas en realidad, ¿qué ganaría el humor cubano con sumar más efectivos a los ya abundantes reproductores chistográficos, adscritos a la tendencia más perjudicial de esta área?
  El inevitable fenecimiento de tal proyecto, generó un lamentable epígono: Vivir del cuento, donde la descualificación de los participantes arreció, acentuado por la torpe imbricación dramatización-participación, para finalmente ser eliminada la arista competitiva a favor del sketch, sostenido por los irregulares personajes de Luis Silva (el más afortunado), Mario Sardiñas y Olivia Manrufo.
Encuentro intranquilo con las neuronas
  A contrapelo de tales propuestas, medidoras de habilidades meramente físicas o “pujonas”, la pantalla nacional ha acogido programas explotadores de aristas más sapienciales, aunque casi siempre combinados con juegos de acción. Los públicos de mediana edad recuerdan aún 9550, intitulado a propósito del enjundioso gran premio, consistente en viajar a la Moscú soviética, situada precisamente a 9550 kilómetros de La Habana. Esta era una curiosa estrategia de sutil propaganda, enfocada a la inserción prioritaria de la cultura rusa en el acervo del cubano. No obstante, esta experiencia abogó por el más noble cultivo del saber. La legitimación social, a la vez que la auto reafirmación como singularidad descollante y simultáneamente aceptada por la colectividad indefinida, al optó por el destaque intelectual, si bien sólo abordado el aspecto más superficial del memorismo, sin una real imbricación dialéctico-crítica.
  Esta iniciativa fue posteriormente replicada en proyectos como el dominical Ni Más ni Menos, de finales de los años 1980, a su vez suerte de embrión predecesor del más ambicioso estelar sabatino ¿Quién sabe?, propuesta inaugural del siglo XXI para esta tendencia genérica televisiva, bastante fiel al original en cuanto a la confrontación dinámica física e intelectual, con énfasis en lo primero, menoscabado lo segundo. Poco tiempo después apareció en las pantallas otra opción más docta bajo el título de Encuentro con Clío, espacio de intenso sino sapiente, enfocado en la confrontación erudita entre estudiantes universitarios en temas históricos.
  Las emisiones originarias del programa descollaron entre sus homólogos por el rigor gnoseológico, superado el saber acumulativo, (sin dejar de tener breves secciones donde la agilidad mental primaba por encima del razonamiento) hacia el saber reflexivo, el pensamiento histórico complejo, al que se dedicaba la sección final de cada emisión. La legitimación social lució novedosas tonalidades, en franco, y hasta medianamente exitoso desafío, a los convencionales cánones juveniles de la notoriedad, basados sobre todo en el aspecto físico, sintonía con la moda, numerosas conquistas amorosas, habilidades danzarias y solvencia. El conocimiento se delató también como valioso distintivo en todas las variantes sociales, culturales y económicas.
  A diferencia de ¿Quién sabe?, sus modelos, la multiplicidad de premios contenidos por baúles, y las irregularidades lectivas delatadas por los “equipos” en competencia, casi siempre en proporción directa a sus habilidades físicas, los encuentros con la musa de la Historia perviven en las pantallas, mermados, tiempo ha, tras el impacto inicial, apocados por la monotonía, la agotada rigidez creativa, la torpeza de los conductores olorosos a farándula, pero sobre todo por la simplificación intelectual de las competencias, donde prevalece la memoria sobre el razonamiento creativo.
  Tras otros intentos nunca consolidados, como Sorpresa XL y demás, en constante vaivén entre la mofa karaokiana y el memorismo simplificado, la más reciente iniciativa en materia participativa es El selecto Club de la Neurona Intranquila, proyecto originario del Canal Habana guiado por el humorista Baudilio Espinosa, catapultado por su éxito a Cubavisión. Este programa, basado igualmente en el conocimiento, si bien también apela por lo general a la memoria, sí goza de profundización temática, con precisas argumentaciones, cuya agilidad las salva de pedanterías didactistas, enfatizándose además en la remoción mental con el fomento de la llamada agilidad mental de ameno sesgo ingenioso, una de las mejores faces del humor.
  El programa, como producto completo, salva cualquier estancamiento y torpeza en su ágil transcurrir, convenientemente dosificadas las competiciones con las pausas jocosas, las entrevistas y las dramatizaciones referenciales paródicas respecto a importantes obras, acontecimientos y personalidades, a la saga de la mejor tradición de los ocurrentes acercamientos a la historia del investigador estadounidense Will Cuppy y posteriormente del escritor cubano Juan Ángel Cardi.
  La madurez artística insuflada por sus guionistas (Nwito, Carlos Fundora, el propio Baudilio, etc.), salidos de las selectas filas del humor “inteligente” nacional, y realizadores en general, evitan la atrofia temprana, acusada por otros nacidos desde la imprevisión populista, propiciadora de ilusorios destaques del hombre entre el colectivo que lo acepta por verse especulado en él, perdiéndose, a la larga o a la corta, toda traza de real identidad individual, por adopción de las prácticas convenidas. Quienes salvan tales trampas sociológicas, emplean eficaces recursos estéticos y comunicativos para conciliar entretención con ilustración, y hacer lo suficientemente atractiva la membrecía del Selecto Club de la Neurona Intranquila, donde ninguna neurona se parece a otra.  
 

    

    

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