jueves, 20 de octubre de 2011

El inevitablemente humano ejercicio de la censura

El ser humano es una curiosa mezcla de impulsos revolucionarios, ejercicios del libre albedrío desde la ruptura grupal y/o generacional, desarrollados a partir de la también arcaica lucha tribal por la supervivencia e imposición del (grupo o individuo) más apto; y de vagancia conservadurista, fruto también del arcano y animal instinto preservador de la especie. Esta contradicción y complemento de tendencias diferentes ha definido el acontecer de las civilizaciones, en eterna sucesión/coexistencia de pugnas y pactos estratégicos entre áreas de poder plurilocalizadas, integradas tanto por un mero individuo, como soportada en hordas regidas por intereses comunes.
Determinada parece estar esta Gran Humanidad por la ciclicidad eterna de perpetuaciones y rebeliones. La existencia del homo sapiens transcurre en una perenne bilocación perceptual entre consenso grupal pactado y disenso íntimo, este último emocionante, dramático, provocador de intensos flujos adrenalínicos en catarsis embriagadoras.
La imposición del más fuerte, ergo el más apto, y la posterior conservación del status quo en manos propias o derivaciones de éstas, díganse descendientes biológicos o espirituales (a la larga, réplicas del poder originario), lleva a excluir y negar potenciales competidores por el mando sobre la manada/tribu/comunidad/civilización. Sus sistemas de valores y representaciones son inevitablemente excluyentes, por la atávica incapacidad humana de aprehender la gordiana madeja dialéctica de la existencia; de percibir la meta-realidad más allá del umbral de la cueva platónica; de avizorar la esencial “cosa en sí” alegada por Kant.
De vocación cada vez más absolutista, el macho Alfa reclama la adscripción a su sistema de ideas, mientras las indetenibles fuerzas evolutivas, ignotas e inaprensibles, hacen fructificar cosmovisiones divergentes. Los nuevos machos Alfa, crecidos a la sombra del dominante que heredaron de éste, más que la obediencia, la instintiva necesidad de poder sólo satisfecha con la (más que eliminación) deglución del predecesor: léase su legado material y espiritual, redimensionado, readaptado a las nuevas circunstancias.
Los nuevos núcleos individuales o colectivos de poder en pugna dialéctica, no siempre concretan o consuman su arribo a cumbres preeminentes, hegemónicas. Muchos perecen en el camino o claudican, sin anular del todo su instinto competitivo, optando por el agazapado disenso de bajo perfil, contentándose con este tenue hidromiel de la rebelión enmascarada, sincretizada en procederes formalistas, congruentes sólo en apariencia con el sistema oficial de valores, mientras la intimidad se regodea con la violación paulatina de los preceptos. Surge lo alternativo, hidra de innúmeras cabezas reptantes por vías paralelas, tangenciales o perpendiculares respecto al derrotero eidético dominante; lo divergente, lo prohibido, alcanza altas cotas en las valoraciones por el mero hecho de su connotación antagónica, símbolo, de la rebelión perceptual.
Según incrementen la pretendida omnipotencia los códigos y significaciones del stablishment, más enfáticamente se abraza todo lo que implique o sugiera ruptura, desafío, por encima de la real dimensión, la real solidez de su corpus ideotemático.

Medios y mediaciones

Perogrullada ingenua, sería disertar sobre la utilidad que en los medios de comunicación masiva encuentran los núcleos de poder, para legitimar sus modelos ideoestéticos, deterministas del mundo y sus fenómenos ante los públicos. Cine, TV, Radio, Prensa y universo digital median entre la meta-realidad y la consciencia, como convenientes intérpretes de la existencia, facilitadores (sustitutos más bien) del pensamiento creativo, supliendo los azarosos descubrimientos particulares que cada ser humano está llamado a hacer sobre el entorno, desde su individualidad racional, desde la reconjugación y enriquecimiento particular de referentes culturales heredados y asimilados.
Todo poder político, económico, social, religioso o cultural, de hegemonía concreta o parcial, pero siempre pretendida como fin último, opera medios masivos para propagar su cosmovisión particular, estructurada según precisos intereses en pos de la adscripción de los grupos sociales a su proyecto. Durante la articulación de este modelo del mundo estructurado a conveniencia, se desechan, anulan, niegan y tergiversan diversos elementos contradictores del algoritmo definitivo, barnizado de idealidad, de perpetuidad.
Como censura es conocido este acto de negación e invisibilización de concepciones otras, heraldos caotizantes de la imperfección y perfectibilidad de cualquier proceso. Es definitivo acto de preponderancia y exclusión de cualquier postura iconoclasta, amenazante. Se manifiesta en los medios de comunicación con la defensa y fomento a ultranza del modelo jerarquizado por hegemónicos procederes.
Es la actitud de censurar perfectamente natural, casi un reflejo incondicionado, propiedad inherente a lo humano (competitivo y limitado). Priorizamos en nuestra mente determinados presupuestos ideológicos (vista la ideología como sistema general de ideas), en detrimento de otros igualmente válidos en su diferencia; todo sistema de pensamiento es selectivo y excluyente, y se vale tanto de argumentos racionales como de fuerza irracional, con tal de primar sobre semejantes divergentes en un grito de autoconfirmación y afirmación dominante sobre la manada. El macho Alfa es eternizado en cada ejercicio de poder.
Las agendas temáticas y conceptuales, o sea, las políticas editoriales de los medios de comunicación, explicitan las lógicas de gestores y productores, en la encarnizada lucha por prevalecer en las lizas subjetivas de los públicos, imprescindibles soportes del dominio.

C de censura

La censura mediática es un término que no ha dejado de herir la corteza de la nación cubana durante toda su historia, desde las decimonónicas proscripciones coloniales de la libertad de prensa para los anexionistas, autonomistas, independentistas; hasta la intervención y destrucción batistiana de periódicos filo comunistas como Noticias de Hoy, y los toques de queda informativos aplicados sobre el resto de las publicaciones, emisoras y canales televisivos.
Poco demoró este fantasma en materializarse bajo nuevas luces tras 1959, con la definitoria prohibición del cortometraje PM, de Sabá Cabrera y Orlando Jiménez; la salida del juego del escritor Heberto Padilla, proscritos sus textos junto al volumen Pasos en la hierba, de Eduardo Heras León; el demorado estreno, por más de un lustro, del misantrópico filme Un día de noviembre, de Humberto Solás; la aún vigente relegación de la cinta Alicia en el Pueblo de las Maravillas, de Daniel Díaz Torres y los cuentos bélicos recogidos en el libro Sur, latitud 13, Premio UNEAC de Ángel Santiesteban; además de la no publicación en editoras nacionales de obras del inglés George Orwell, el checo Milán Kundera y el peruano Mario Vargas Llosa, entre otros. Todo esto es lógico accionar, inevitables ejercicios de un poder en consolidación y perpetuación, que prioriza y discrimina, favorece o condena cosmovisiones, acorde al grado de correspondencia con la superestructura establecida.
En los medios de comunicación cubanos no dejan de funcionar los naturales procesos de inclusión/exclusión/modificación de las producciones, acordes con el modelo social preconizado por su productor, como no dejan de funcionar en el ancho mundo. Solo que en un lado se censuran unas cosas, y en otro lado, otras cosas, partes todas del eternamente incompleto rompecabezas de la existencia parahumana, incapaz el ojo de apreciarla en toda su integridad.
No alarmarse al advertir, en estos órganos nacionales, actitudes censoras inherentes al homo sapiens. Es poco menos que absurdo aspirar a una total inclusión de todos los pareceres todos, dentro de cualquier medio comunicativo, cubano o no; tan limitado como constreñido será siempre el discernimiento de sus productores humanos; aunque parezca cínica esta aseveración. Lejos estamos aún de trascender el natural hegemónico del Macho Alfa.
Censura es sinónimo de voluntad expresa del productor, que no hace ni más ni menos que lo que haría cualquiera de nosotros dotado de instrumento de legitimación tan poderoso como un medio masivo. Los ciudadanos franceses sufrían cuando los aristócratas les cortaban las cabezas; cuando tuvieron en sus manos los instrumentos adecuados, cortaron las cabezas de sus antiguos verdugos. Pura naturaleza humana.
Ahora, cuando todos los medios replican un modelo único, sin contrapartes sólidas, la acción selectiva-discriminativa del productor se sobredimensiona. La repercusión sobre las dinámicas culturales es escandalosamente arbitraria, pues quien no clasifique queda desamparado, lanzado impiadosamente al margen, a la otredad silenciada, incluso a la ningunidad.
El descarte de obras estéticas y discursos, ha conllevado a sus magnificaciones, nimbándolas seductoramente con la leyenda, erigidas en símbolos contraventores, líderes de la rebelión íntima del albedrío, cuyo disfrute secreto constituye aventura, reafirmación de la beligerante identidad individual contra el poder manifiesto. De ahí, en parte, los altos consumos de productos comunicativos realizados allende la frontera, promulgadores la gran mayoría de la diversión banal, lacrimógena, escandalosa hasta la sórdida reiteración de estereotipos kitsch. Súmese el gusto natural de altos porcientos de públicos por estas propuestas, a partir de sus niveles culturales. De ahí el pesimismo, el hipercriticismo desafiante, la insistencia en sacar a relucir “trapos sucios”, demostrar las improcedencias y absurdos de instituciones y convenciones oficiales, de denunciar la censura misma (como lo hace el documental Zona de Silencio, de Karel Ducasse; el artículo In media res pública, de Desiderio Navarro; o el impetuoso análisis que de las políticas culturales de la Revolución en sus dos primeras décadas hicieron los intelectuales en foros digitales, masivas conferencias y debates), que marcan relevantes áreas creativas de las ya no tan nuevas generaciones de realizadores audiovisuales cubanos; de escritores partidarios del “realismo sucio”; de polemistas heterogéneos.
El productor que sea, sólo prolongará su ciclo vital, si capea sabiamente los temporales que lanzan oleadas y oleadas de aguas disensoras por hendijas alternativas, si flexibiliza y amplia dialógicamente su pacto de lectura con los diversos segmentos sociales y sus expresiones creativas, audiovisuales e impresas, en lugar de perder credibilidad a golpe de excesos homogeneizadores, de predicación de modelos largo tiempo trascendidos por las dinámicas históricas, de divorcio con las “realidades” en que la siempre limitada percepción humana desmenuza la meta-realidad esencial kantiana. Y finalmente saberse superado por las tendencias alternativas y disensiones, de entes y entidades, genéticamente condicionados al ejercicio del poder, que una vez hechas con el poder primado pasarán a censurar, excluir, seleccionar, jerarquizar, en eterna historia de la buena pipa.

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