jueves, 20 de octubre de 2011

La escueta pendulación genérica del cine cubano

La común y armónica sintonía, tanto sociopolítica como intelectual, con la voluntad herética radical suscitada en esos primeros años, favoreció desarticular hasta los meros cimientos las superestructuras (y por supuesto, las estructuras) perceptuales del Séptimo Arte en Cuba, desde la apropiación creativa e instrumentación de los diversos recursos y poéticas del Neorrealismo Italiano, la Nouvelle Vague gala, el Free Cinema británico, colimando a Cuba desde posturas novedosas, en todo sentido, para los públicos “in/out”.
Este viraje, cuya contundente rúbrica trasciende épocas, cubriéndonos aún de gloria en el contexto latinoamericano y mundial, sólo se consiguió en gran medida por el talento y la corajuda voluntad de quebrar inercias, algoritmos, axiomas, consensos e intereses, reconfigurando riesgosamente los pactos de lectura, entre industria emisora y públicos receptores, pagando el precio presente de que Memorias del Desarrollo, Lucía y La primera Carga al Machete, pervivan como intereses de minorías, nuevamente (¿alguna vez dejaron de serlo?) seducidas las mayorías por el cine comercial y la Belleza Latina. Rectificadas a fondo las dinámicas creativas fílmicas en esta primera década, dorada para Cuba y el mundo, el cauce experimentó el consabido apaciguamiento que por obligación sucede a toda efervescencia, cimentándose las otrora nuevas pautas temático-estético-discursivas, susceptibles “ipso facto” de renovación. Convocadas quedaron las nuevas herejías.
Amén dignas excepciones de creadores viscerales como Gutiérrez Alea y Sara Gómez, el gris (o negro) cine setentero, y la sucedente época de los 1980, legitimaron e instituyeron cuasi dogmáticamente, las tendencias exploradas y asumidas por estos refundadores de nuestro cine: el aguzado cine histórico de La primera carga… y Páginas del Diario de José Martí, se calcificó en el historicismo plano de Mella y Baraguá; el apenas insinuado cine bélico de Historias de la Revolución y El joven rebelde, diose de narices con el epopeyismo de Caravana y Kangamba; la aguzada sátira de Las doce sillas y La Muerte de un burócrata, devino en la comedia neo-costumbrista de Los pájaros tirándole a la escopeta y Se permuta.
Perfilada quedó nuestra cinematografía por un estrecho espectro genérico-temático: drama, comedia, ambos con indistintos toques de erotismo, ambos con picarescas apelaciones críticas a circunstancialidades sociopolíticas del momento, a la larga inofensivas por lo epidérmico de la visión. Esta breve pendulación, deslegitimó en gran medida la validez de resortes narrativos y técnicos de otras áreas, como el propio “thriller”, el policíaco, el cine negro, la ciencia ficción, el terror; aprovechados con creces a escala mundial por autores como Stanley Kubrick, que supieron cribarlos a través de voluntades narrativas otras, complejizarlos filosóficamente, trascendidas las convenciones discursivas aparejadas a tales estéticas, contextos, y resortes. Expandido hasta límites insospechados es el propio género del western USA, por autores como el cubano García Espinosa (honrosa excepción la de Aventuras de Juan Quin Quín en Pueblo Mocho), Jodorowsky, Eastwood, Jarmusch y los Coen Bros.; como revalidado el género terrorífico por Carpenter y Burton y la otra excepción cubana que es Molina (Molina´s Ferozz es la pieza cubana más abiertamente adscrita al Terror hasta el momento, esperando por el venidero Juan de los Muertos, de Brugués); y el blockbuster-B por De Palma, Woo y Tarantino.
Hacia los años 1990, el relevo de la generación histórica del Cine Cubano post ´59 (perviviente en el cine cubano post ´68), acusó nuevas maneras de hacer y decir, lideradas por algunos de estos predecesores (Titón, claro), a puro desbroce entre olvidables coproducciones con España, repletas de risa fácil, exótico sexo tropical, falaces chistes. Cintas como Papeles Secundarios (Orlando Rojas), la coral Mujer transparente, Plaff o Demasiado miedo a la vida, El elefante y la Bicicleta (Juan Carlos Tabío), Pon tu pensamiento en mí (Arturo Sotto), Madagascar y La vida es silbar (Fernando Pérez), delataron una voluntad renovadora del discurso, calmada evolución formal/narrativa, sosegada superposición de estéticas, que primó en parte por la insostenibilidad y decrepitud de las épocas precedentes, sin llegar a plantar nunca ingente pendón, o quebrar de un manotazo el débil cuello, al frente de una segunda revolución perceptual, más que formal, como la de 1959. Quizás la resurrección/instrumentación de los géneros sea un camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario