jueves, 20 de octubre de 2011

El niño de la banderita ataca de nuevo: apuntes sobre el fotorreporterismo político cubano

La epicidad ingente del quijote criollo, inmortalizado a horcajadas sobre la farola, en el fundacional 1959, por el avisado lente de Alberto “Korda” Díaz; la entusiasta complicidad entre el incendiario diario-pasquín y la sonrisa de su anónimo voceador, registrada por Roberto Salas, durante el día 0 de la ruptura diplomática entre Cuba y Estados Unidos en 1961, radicalizada irrevocablemente la Revolución; la avalancha miliciana de octubre de 1962, testimoniada para la posteridad gracias a la ilusoria instantánea de Raúl Corrales. Estas sólo son tres de las disímiles fotos reporteriles que registraron el huracán de pasiones e ilusiones que abatió la Isla durante los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, cuando Cuba y el mundo tocaron cúspides de ensueño social.
Alegatos epocales todos estos, cuya urgencia para nada medró su calidad estética y la autenticidad discursiva, gracias a las agudas percepciones artísticas de sus gestores, capaces de redimensionar la cotidianidad coyuntural en obras de alta expresividad, que trascendieron el mero (y primordial) carácter informativo. Pura gala de habilidad de adivinar el segundo exacto, donde todos los elementos se conjugaron en irrepetible composición de singular semiosis, advertida, al menos vislumbrada, la riqueza de los significados de actos y poses espontáneos, nunca asumidos por los protagonistas como acción performática.
Desde esta cuidada búsqueda/selección de imágenes elocuentes en medio de las concentraciones y actos populosos criollos en los albores de la década de 1960, sintetizadoras del sismo popular de epicentro plurilocalizado en cada cubano, estos fotorreporteros evitaron con talento y responsabilidad creativa, toda redundancia icónica, todo cliché compositivo, que delataran mecanicismos rutinarios en las frecuentes movilizaciones.
A mucho tiempo del accionar de estos primeros fotocronistas de la revolución en ciernes, otros profesionales del lente frecuentan nuevas manifestaciones, movilizaciones y actos de diversa índole (conmemoraciones del 28 de enero, 1ro. y 19 de mayo, 13 de agosto, 14 de junio, 26 de julio, 5 y 28 de septiembre, 8, 10 y 28 de octubre, 27 de noviembre, coyunturales marchas del pueblo combatiente y otros), buscando, una vez más, eternizar el espíritu que anima a estas masas, o quizás sólo disparar el obturador a diestra y siniestra sobre las filas caminantes con banderitas desplegadas, sólo diferenciadas las fotos obtenidas por las naturales divergencias entre los rostros humanos, no por cualidades simbólico-expresivas que las conviertan en testimonios únicos de un instante irrepetible, fácilmente identificable entre la maraña de instantáneas tomadas cada año en estos eventos.
¿No se acude ya a recursos estéticos que sin renunciar al carácter de masa, resuman en la individualidad la esencia de un pueblo, una lucha, un proyecto? ¿Tal vez ya nadie escale farolas para resumir en su cabalgante figura el espíritu de un pueblo en pos de un algo ideal? ¿Tal vez el único resto de autenticidad medianamente aceptado por los nuevos fotorreporteros sea el infante, que no sobrepasa los 5 años, a horcajadas sobre el cuello paterno (a veces materno), agitando una banderita o un cartel propagandístico, a veces trajeado de mambí o rebelde de acuarelada barba? Más que evidente es el mensaje trasuntado por esta ya larga serie de fotos (que quizás sumen miles en las últimas décadas) sobre el legado revolucionario perpetuado en la nueva generación, soportada toda la efectividad comunicativa en la ternura rozagante de las primeras edades. Mas la autenticidad sucumbe ante la reiteración excesiva.
La reproducción casi eterna del mismo recurso, cual palabra repetida muchas veces, desdibuja y atrofia los potenciales expresivo-discursivos, sumando esta sub tendencia del fotorreporterismo político cubano a las filas del kitsch más vacuo, y por ende a la final ningunidad, a la recepción indiferente. Los lectores de las publicaciones donde aparecen tales fotos, tórnanse inmunes ante el acostumbrado avistamiento, obviándolas automática y olímpicamente. Fracasan por ende los objetivos vigorizantes de la fe y del sentido de pertenencia a un proyecto, pretendidos por estos resúmenes gráficos post-marchas, despojados largo tiempo ha de quijotes y farolas, atestados de inexpresivas filas y omnipresentes niños cabalgando sobre sus progenitores. Parece que los Korda, Salas y Corrales se escabulleron para no volver.

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