jueves, 20 de octubre de 2011

Fashion

Por: Lilién Aguilera González   
Y a ustedes sin dudas esto les parecerá ridículo.
Guy de Maupassant

                          Un hombre se va desnudo en la alfombra de su anhelo,

Los jefes de las tribus primitivas reservaban para su exhibición personal elementos ornamentales suntuosos. Estos incluían singulares marcas tribales, plumas, collares, y otros tipos de abalorios, limitado su uso para los demás miembros del clan.
En 1626, el príncipe elector Maximiliano de Baviera, dividió a sus súbditos en clases y determinó las telas y adornos para cada grupo social, con el explícito propósito de regular el exceso de lujos en el vestuario, e instaurar diferencias en las imágenes de los disímiles estratos sociales.
La Biblia no reseña si Adán y Eva designaron una rama de Siguaraya para los más poderosos, algo así como la similitud moderna de la reconocida marca Georgio Armani,  y otra de Yagruma para la horda.
Al cubrir y decorar su cuerpo, el único ser hábil para idearlo, surgieron las acerbas críticas, sin intenciones vejatorias o malignas, convirtiéndose en mandas y prohibiciones decretadas por criterios éticos y estéticos, preponderantes en culturas, países y grupos sociales.
Con la expansión en Europa de la religión católica, las piernas, sin distinción de sexo, debían estar ocultas. Esta singular prohibición se mantuvo hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando se logró exhibirlas en las prácticas deportivas. El busto femenino fue censurado, y los genitales masculinos, que en Grecia y otras civilizaciones antiguas, eran aclamados con gran devoción y culto al cuerpo humano. Los cabellos y  bolsillos resistieron los cambios, siendo modificados durante la Revolución Francesa.
Señalaba Moliere que las cosas no valen sino aquello que se les hace valer. La imagen humana era resuelta por imposiciones éticas dictadas en los preceptos religiosos, y las razones socioeconómicas más diáfanas. Sucedían además motivos paradójicos para quienes veían en las trenzas femeninas los rabos de Lucifer y solicitaban el castigo del cielo a los hombres de cabellos y barbas largas. Tal parece olvidaban la imagen del Jesús venerado.


mordido en la faz del cielo,/lleva, cargando en su nudo/la riqueza que no pudo/
en el viento cosechar,
Cuando el mundo avizora revelaciones tecnológicas nunca antes imaginadas, la manera de vestir en la isla cubana dista del tabardo renacentista masculino, especie de abrigo corto y ancho forrado de pieles. La infinita invasión consumista no excluye a las naciones menos desarrolladas. La fuerte manipulación de la conciencia supera las preocupaciones primordiales ante sucesos aterradores, como los mil niños que cada día mueren por falta de agua potable.
Cuba no abona espantosas cifras de esta índole, pero no permanece alejada de las ansias delirantes de proclamar una moda distante de las auténticas convenciones tradicionales y culturales. De manera que usted, si no es muy despierto, se vería de pronto adquiriendo barredoras de nieve para emplear en un país tropical, advirtió hace unos años, el periodista y reparador de almas, Manuel González Bello.
Esta mercancía no proviene de las tiendas cubanas, ni de sus exclusivas boutiques. Rebasa las dificultades del bloqueo y regulaciones legales. La familia trabajadora, limitada ante los inalcanzables precios, ingenia recursos, desde el famoso cerdito en venta, hasta las cuentas bancarias acumuladas tras varios años, para obtener al menos una de las codiciadas prendas, valoradas en tres veces y más el salario mensual. Lo que fuera una razón inquietante por cubrir una porción íntima del cuerpo al probar el sabor del fruto prohibido, es un  elemento determinante en la formación de diferencias de una sociedad pretendidamente construida en la sencillez y la humildad.
El niño que antes de ser Apóstol orinó en las cuevas de las arañas, sentenció: El advenimiento de la prosperidad corrompe. Qué de bueno y trascendente tiene entonces vivir en un mundo donde la superficialidad ocupa el más importante de los lugares, donde las sonrisas son fingidas y superadas por el llanto. La formalidad desplaza a la sensibilidad, y los seres semejantes físicamente, establecen diferencias ilógicas entre hermanos de supervivencia.
El crecimiento de la comercialización de estos productos se agudizó al terminar la Segunda Guerra Mundial. Se confeccionaron más artículos y había más ricos para comprarlos, y más pobres para carecer de ellos. Se convertían estos en artífices de la proclama a una vida superior. Era sentir con las manos la  codiciada felicidad. El que excede en riqueza excederá en pobreza, señaló Martí.
Los jóvenes europeos y americanos viven una engañosa libertad de consumo.  La industria de la moda aprovecha la nostalgia y el desgaste de la estética revolucionaria pop, el funcionalismo, el camp nostálgico, el exotismo o la moda folk. A partir de los años 80, se gesta la nueva sociedad, lo clásico, juvenil o deportivo‑funcional, para afirmar la propia individualidad. Es la era del consumo masificado por un afán de máxima personificación. El período de las vanguardias culmina y la esperanza del espíritu socializador de los 60 se ahoga en un mundo narcisista de ego hipertrofiado. Impera el agotamiento, confluyen algunas innovaciones audaces, no siempre criticadas. Con el postmodernismo todo estaba permitido.
La moda cubana actual no accede a las finas vestimentas europeas modernas de una sociedad siempre ávida de innovaciones y glamour. La proximidad anglosajona y los nexos entre los habitantes de estos países posibilitan la incorporación de prendas ostentosas, saturadas de brillantes, lemas en otros dialectos y modelos inusuales para este clima.
Uno tiene que seguir siendo quien es, y alejarse, como de la sombra de la mata de guao, de quienes pretenden cambiarte
, sugería el siempre teclero Guillermo Cabrera Álvarez.
Es como una epidemia, comienza aisladamente en un lugar y luego se extiende, para ser inmediatamente renovada. Es la limitación de la decisión y determinación propia a discernir entre una forma de vestir u otra, en la constante y fugaz superación, para continuar tal fuésemos zombis costumbristas, ante las exquisiteces publicitarias y sus técnicas para amaestrarnos.

pero vive, sin soñar/va dejando la sonrisa
Los ciudadanos del mundo no se dividen entre países ricos y países pobres, sino entre personas pobres y personas ricas. Cuando en Miami más de cien mil personas, casi un tercio del total de la población de 362 000 habitantes, necesitan ayuda alimentaria de emergencia, y los ingresos de los 400 estadounidenses más ricos superan las pecunias de la población entera de los 20 países más pobres de África, 300 millones de personas, estamos obligados a evitar que el progreso de los hombres dependa de las aspiraciones consumistas de otros. Somos mucho más que un montón de partículas textiles de varios tonos adheridas  a los huesos, el valor de un ser humano no se juzga por la posesión  de costosas vestimentas similares, o cada vez sabremos menos lo que es un ser humano.
¡Por supuesto que no pierde nada la libertad con vestirse en lo de un buen sastre y unir al mérito de la virtud el de la buena crianza! No basta saber llevar la levita para ser cómplice nato de los tiranos. La levita no es un pecado, ni la casaca tampoco. Washington, Bolívar y Lafayette eran tres dandys perfectos. Una arruga en el pantalón ponía a Bolívar fuera de quicio; Lafayette era un espejo de caballería, y gran perito en galanteos y danzas; Washington le echaba los platos a su despensero cuando le traía el vino picado
, comentó José Martí y Pérez.
No mezclemos la apariencia basada en la sencillez. Un individuo educado en la importancia de los valores universales, asumirá una personalidad auténtica y  enfrentará todo este consumismo delirante. Solo una persona esencialmente culta, puede resistir esa avalancha hipnotizadora. Escribió Antoine de Saint Exúpery: Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sin que primero debas evocar en los hombres el deseo del mar libre y ancho.

como un recuerdo en la brisa/ un hombre viene del mar.

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