viernes, 14 de octubre de 2011

Y yo ¿de qué me río?

  La risa es para el cubano una necesidad fisiológica más, seguro asidero en medio de avatares y entuertos cotidianos, predisposición natural, reflejo condicionado que incorpora el humorismo dentro de los estratos culturales más compartidos y consensuados entre los nativos del archipiélago desde hace siglos.
  La corriente humorística más compartida por los diversos grupos socioculturales y etarios criollos, es la escénica, con su correspondiente eco en los medios de comunicación nacionales, a su vez liderados por la Televisión, espacio popular, legitimador por excelencia, en detrimento de sus congéneres radial y cinematográfico. Desde la llegada de la pequeña pantalla a Cuba en 1950, nunca han faltado en su programación estelar las ofertas jocosas. Desde ese pasado ya remoto llegan los nobles ecos de La Tremenda Corte, Cachucha y Ramón, Casos y cosas de casa, Detrás de la fachada, San Nicolás del Peladero, Si no fuera por mamá, Así era entonces, Tito el Taxista, La casa de las hormigas locas y muchas otras propuestas, la mayoría adscritas a la comedia de situaciones, con apropiada dramaturgia de más/menos corte episódico, siempre partiendo de circunstancias dramáticas sólidas, con personajes coherentes, interrelacionados en tramas enjundiosas, en perenne evolución psicológica y situacional.
  El inicio de la aciaga década de 1990, con toda su cohorte de sinsabores y “especialidades”, afectó sensiblemente el derrotero, seguida por esta tendencia tanto en la TV como en el teatro, de la mano del Conjunto Nacional de Espectáculos, dirigido por Virulo, La Seña del Humor de Matanzas, Nos y Otros, Carlos Ruiz de la Tejera, Mario Aguirre y hasta etcétera, provocando su descarrilamiento hacia áreas vulgares, donde el facilismo obsceno del cabaret primó sobre quienes continuaron defendiendo las aristas más noble del género. Tal cisma entre el humor inteligente y el humor lucrativo repercutió igualmente en la concepción de los programas, cuya calidad comenzó a oscilar hasta escoramientos muy peligrosos.
  Tras los regulares aciertos de series como Conflictos, Doble Filo y S.O.S Divorcio, y el estelar Sabadazo, más proclive al sketch instantáneo del cabaret, salvado en gran parte por el profesionalismo de los actores implicados, a inicios de la década del ´90; los más cercanos Sabor Bohemio, basado en una obra ganadora de Premio Aquelarre; Y tú ¿de que te ríes?, espacio que intentó trasladar a la pantalla lo más decoroso del humor escénico nacional; Pateando la Lata, hundido, tras un primer éxito, por su propia ramplonería, la excesiva reproducción descontextualizada de chistes de Álvarez Guedes y el deterioro del elenco; el para mí muy incomprendido El nieto de Sherlock Holmes, homenaje del grupo La Oveja Negra al absurdo humor de los ingleses Monty Python y el estadounidense Mel Brooks; el enrarecimiento de las propuestas derivó hasta un panorama audiovisual muy irregular, donde cada espacio emergente eriza los pelos de tanta expectación ante lo desconocido, trazando zigzagueantes trayectorias capítulo tras capítulo, temporada tras temporada, como el caso del intermitente Punto G, a la larga popular por las luces rojas que el tema sexual siempre enciende en la percepción del cubano y el humano en general, pero cuyos aciertos artísticos son proclives a más de un cuestionamiento, sobre todo por la mala maña copiada a los seriales estadounidenses de acentuar cada supuesto chiste con risas pregrabadas.
  Jura decir la verdad implicó una verdadera torsión de rostro hacia un tiempo pasado, que en este caso sí creo que fue mejor, ante tanta desazón causada por la escasa creatividad delatada intento tras intento. Luego de bamboleos iniciales, fruto de la desacertada adaptación de guiones cincuenteros al contexto actual, el programa logró enrumbar hacia una relativa dignidad no carente de excesivas improvisaciones y de un elenco nunca equiparado con su inspiración directa de La Tremenda Corte. El último timonazo del espacio lo llevó al barranco. Quizás seducidos (cegados) sus gestores por el éxito teatral de espectáculos, protagonizados por actores como Luis Alberto García (Hijo), Néstor Giménez, Laura de la Uz y Alberto Pujols, también implicados algunos en las andanzas audiovisuales de Eduardo del Llano y su alter ego Nicanor O´Donell, traspolaron sin mucho miramiento la fórmula a la pequeña pantalla y no coincidió número con billete: estos buenos actores se sacrificaron en innecesario holocausto pujón.   
  Actualmente se advierten dos tendencias fundamentales en el humorístico audiovisual cubano, acorde con la concepción dramatúrgica: los programas de situaciones y los de sketch. A los primeros pertenecen los mencionados Punto G y Jura…, junto a series limitadas como el fracasado Cerquitica del Vedado y bodrios totalmente extemporáneos como En esta casa hay fantasmas y ¿A todo trapo?, al cual considero además infamante para la dignidad de varios de los buenos actores implicados como Michaelis Cué, Daisy Quintana, Enrique Bueno y Gina Caro, sometidos a reproducir un guión torpe a más no poder, lejos de cualquier comicidad. Tardíamente se ha sumado a este primer grupo, Vivir del Cuento, el cual ha escorado desde un epigonismo catastrófico respecto a Los amigos de Pepito, hasta una comedia de situaciones de calaña menor pero un tín más decorosa, signada una vez más por las consabidas risitas grabadas. Subestimada es una vez más la inteligencia el cubano, quien no necesita le indiquen cuando reírse. Sobre oneroso sendero se estrellaron, desde su mismo despegue, Los zuperéroes, ingeniosa idea cimentada en la ucrónica cinta Watchmen (Zack Snyder, 20), atrofiada a más no poder por el apresuramiento, la casi nula dirección de actores emigrados de Jura…, el escandaloso desfase guión-puesta cuyo resultado final atenta también contra prestigio bien ganado por varios de los protagonistas (Baudilio Espinosa, Ángel Ramiz)  
  Precisamente al grupo de los programas de sketch, de más reciente historia en la TV Cubana, sublimados por Sabadazo, se suman el mencionado Los amigos de Pepito, por suerte ya extinto del éter nacional. Esta propuesta devino liza para el escarnio y la mediocridad disfrazada de popularismo democrático, “donde todos pueden ser estrellas”, amén los débiles intermezzos del jurado y la eternizada contraposición entre Marcos el hijo de Teresa (de méritos ganados en buena lid gracias a sus monólogos sobre los carteles contraproducentes y las dobles interpretaciones de canciones) y el desdichado Chuchi, de Mario Sardiñas, cuyo despegue del cenagoso subsuelo del pujo aún está por ver. La Hiena Ilustrada y El cabaret de´nfrente apenas merecerían una línea y ninguna traza en la memoria colectiva, como replicaciones de una misma propuesta rígida derivada del extinto programa variado El Expreso.
  Para culminar un bosquejo coherente del panorama humorístico audiovisual cubano, faltaría mencionar un programa, que a pesar de su tímido surgimiento ha desarrollado un exacto sentido del autoperfeccionamiento casi preciosista de sus actuales tres propuestas dramáticas, donde se combinan sketch y comedia de situaciones, gracias a la ágil creatividad de los guiones, la precisa concepción de personajes-arquetipos sociales, y la idiosincracia cubana de ayer y hoy, el sentido de lo paródico, lo absurdo y la sátira urgente más aguda, ¡ay lector!, deja que yo te cuente…



    

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