viernes, 14 de octubre de 2011

El yelmo (herrumbroso) y la bombilla (no ahorradora) de 25 watts: consideraciones sobre un cartel



Surca el ángel el camino al aventurar, quijotesco empuña su lanza sin importar  los demás. Muestra su carisma, y muros gigantes atravesando siempre el andar. 
Milton Q.

  Heredero del prolífico laconismo gráfico que definió estética y conceptualmente a la cartelística cubana de los años 1960, el joven diseñador Nelson Ponce articuló singular semiosis en, sin dudas, el ícono más llamativo de la campaña promocional por el aniversario 25 de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), a concretarse el 18 de octubre del Anno Domini 2011.
  La obra en sí, conjuga elementos de visualidades y simbolismos divergentes, como puede ser un yelmo medioeval, cuya basta grafía acota tosquedad, herrumbre, rigidez añosa; y una bombilla incandescente ubicada en el lugar reservado para el penacho o a la efigie distintiva del caballero que use la férrea testa. Menuda imbricación surrealista esta de la rudeza oscurantista del casco y la fragilidad extrema de la bombilla, la cual junto a varias decenas de colegas consumen la misma electricidad de un aire acondicionado; y hay que escatimar energía, sustituyendo la amarilla luz que Edison brindó al mundo por el fulgor níveo de un bombillo ahorrador. Yo me aprendí bien la lección: el ahorro es la mayor fuente de riquezas ¿verdad maestro?
  Sin embargo, la bombilla de Ponce para nada pretende restringir el consumo de energías, y menos aún la luminiscencia de áurea calidez despedida por las intrincadas ideas que genera un (joven) intelectual, armado como el Quijote, de herrumbrosas grebas, coselete, y yelmo; defensas estas de los lúcidos ideales de justicia, consecuencia, honor y ética defendidos por el orate de La Mancha: todos utopías absurdas para un mundo desmigajado, desmoralizado, sajado una y mil veces por filos cesarianos (divide y vencerás), que engrosa su propia ceguera con el brillo tóxico de las lentejuelas.
  Sí, es vieja la coraza que rodea la cabeza y acoge la bombilla, pues al remoto pasado, a las edades mitopoéticas, hay que ir a buscar la pureza que alimente la independencia de idea(le)s, la consecuencia creativa/intelectual que protege contra la imposición de cánones, dogmas y axiomas verdaderamente oxidados por la atmósfera viciada, donde se retuercen sus ramas quebradizas, de mal simulada vitalidad.
  Viejo es el yelmo, noble exoesqueleto proporcionado por los amables fantasmas del pasado, cuya sabiduría no debe desecharse ni olvidarse, pero nueva luz siempre debe emitir la bombilla de 25 watts, para lo cual debe estar libre de cualquier redil rígido que amenace contener el fuerte flujo de ideas auténticas, pendones bajo los que jóvenes artistas y pensadores (¿no son ambos lo mismo?) bregan por validarse, por aceitar los engranajes de la Historia.
  Agudo a la larga es el contrastante empalme que Nelson Ponce hizo entre la bombilla derrochadora de ideas cálidas y el yelmo quijotesco, oxidado de tanta eterna lidia con la eterna estupidez humana. Además de ser lo suficientemente llamativo por la autenticidad antitética conseguida, el cartel resume en sí la esencia, no ya de la AHS (glorificada parte de su historia por tanto riesgo corrido a favor de validar o al menos servir de escudo para que las andanadas de intolerancia e incomprensión dañen menos a los heréticos artistas), sino de la real esencia de la especie humana, definida entre los millones de especies orgánicas por su capacidad de autorreconocerse y pensarse como émulo creador del Dios que sopló en sus narices el aliento vital, pero al que no puede subordinarse eternamente, una vez agradecido su legado.
  Esta obra de prolífica sencillez engañosamente pop, revalida una vez más las virtudes del tropo visual para contener en sí toda la gloria del mundo, sea un grano de maíz, sea un yelmo y una bombilla de numérico filamento. Intentar ahorrar uno sólo de sus rayos sería la mayor fuente de desgracias. En cuestiones de ideas, es muy lícito el derroche.               
 
     

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