viernes, 14 de octubre de 2011

El pollo dialéctico: del humor comprometido y la crónica social urgente en la TV Cubana


  Amén los diversos criterios clasificatorios del humor, sea por contenido: blanco, negro, verde, costumbrista, filosófico; por soporte: escénico, literario, gráfico; por tono: satírico, paródico; todas estas categorías pueden agruparse en dos grandes segmentos desde una perspectiva de base sociológica: humor “tangencial” y humor “comprometido”.
  La primera de estas modalidades comprende todas las piezas que recrean circunstancias y acontecimientos nobles, alternos en todo caso a la realidad histórica del autor, no importa cuán agudas sean la picardía o la libidinosidad latentes en tales procesos creativos. La segunda modalidad agrupa a los artistas que sincronizan su obrar con el transcurrir de las complejas dinámicas socioculturales de su contexto local, nacional y el macrocontexto internacional, interrelacionados en la gran dialéctica de la existencia toda.
  Este humor comprometido, mesura constantemente el devenir histórico, desmenuzando diversos efectos y causas de circunstancias problemáticas y  áreas de tensión psicosocial. Tal proceder parte de una voluntad participativa del creador, involucrado activamente en la edificación de la nación, como actor social determinante. Desde la deconstrucción paródica se esgrimen criterios válidos (si bien parciales como toda opinión humana) sobre disímiles procesos. Sus luces y sombras son lanzadas a la liza polémica, donde cada juicio emitido también por los públicos, devenidos receptores activos, agrega matices enriquecedores las más de las veces, impulsándose la evolución o disgregación del objeto/sujeto/proceso/sistema referido.
  Además de la empatía casi inmediata conseguida por la risa entre artista y audiencia, dicha identificación se torna complicidad íntima cuando el actante refiere temáticas “reales”, cuando el receptor advierte las menciones a purulencias cotidianas, normalmente obviadas en los planos “serios”, díganse medios de comunicación de agendas setting rígidas hasta la anulación de no pocas temáticas sociales delicadas.  
  Esto explica quizás en parte el éxito en Cuba de grupos humorísticos como Nos y Otros, génesis del continuo y consecuente (aunque quizás por momentos coqueta y superficial) abordaje satírico-humorística que el escritor y guionista Eduardo del Llano hace de las cuerdas disonantes de la realidad nacional, y de Punto y Coma, el cual, aciertos y desaciertos artísticos aparte, pulsó cuerdas dolorosas, penetró en la trastienda del poder, desacralizando a diestra y siniestra, hasta los extremos paródicos más procaces, iconografías socio-políticas canonizadas durante la aciaga década de 1990. Desde mucho antes, todos los humoristas criollos que apelaran a la sátira social y más allá, encontraron el beneplácito de los públicos, aferrados a tales propuestas como náufrago a madero flotante: Ahí están las canciones satíricas de Alejandro García (Virulo), Ariel Mancebo, gran parte del repertorio musical del grupo Pagola la Paga, los monólogos de Carlos Ruiz de la Tejera sobre la guagua/“camello”,  de Luis Silva sobre el pan, y una lista bien larga que va del juicio crítico hasta el regodeo morboso, de lo sublime a lo ridículo, acorde con el irregular y variopinto panorama del humor escénico cubano.
  Allende los trasiegos en décadas pasadas de cassettes con mal grabadas actuaciones en vivo de Punto y Coma & Co., apetecidos como pan caliente, ahora este humor comprometido aparece  en el circuito mediático nacional, en la figura de un polifacético personaje cuyas breves apariciones semanales han devenido amplia válvula catártica, por donde la tensión social alivia miles de pascales: el Profesor Mentepollo, suerte de personaje múltiple, inquietantemente  omnipresente en cada arista hiriente de la intensa y tensa cotidianidad, interpretado en el estelar televisivo Deja que yo te cuente, por el actor Carlos Gonzalvo sobre guiones de Nelson Gudín, quien encarna a su eterna entrevistadora Flor de Anís.
  Este personaje, con apenas 5 o 6 minutos en pantalla, entre los que median siete días, ha logrado enorme repercusión en el imaginario colectivo, por algo más que las cualidades histriónicas de Gonzalvo, quien ha conseguido una orgánica caracterización pluridentitaria cercana a lo camaleónico, con el núcleo caracterológico intacto; no deja de aprovecharse el filón simpático del constante travestismo, de su (al parecer) infinita flexibilidad para vestir como mano en guante clínico, escollo tras escollo problémico, favorecida su aceptación/apropiación/identificación por el heterogéneo público que encuentra siempre en este carácter puntos en común. Quizás sea Mentepollo la más probable encarnación en el nuevo milenio del Liborio de Torriente, el Bobo de Abela y el Loco de Nuez (quizás hasta el perrito Pucho de Behemaras y Virgillio), oportunas personificaciones de un pueblo cuya voz auténtica aprovecha cualquier intersticio para hacerse oír.
 Todos estos personajes estaban igualmente pertrechados de ingeniosos sistemas simbólicos, analógicos, alegóricos, metafóricos, capaces de resemantizar y redimensionar códigos archiconocidos en veladas referencias otras, cual fieles herederos del doble sentido proverbial, la picardía malévola palpitante en (ya) antiguos estratos culturales criollos, donde aún vibran las cuerdas de las guitarras bohemias de Ñico Saquito y Faustino Oramas (El Guayabero).
  El Profesor Mentepollo, sostenido en su cohorte de predecesores, llena las páginas dejadas en blanco en la agenda setting mediática por X, Y, Z y hasta Etcétera, otorgando a los televidentes algo más que el consuelo escapista del chiste noblón, al peor estilo del difunto programa Pateando la Lata. Sin dudas cualquier motivo de risa es reconfortante, pero quedarse al margen o en la tranquila superficie no lima las asperezas constantemente aglomeradas en la perceptiva social.  
   Sustituido el soporte impreso por el audiovisual, las entrevistas de la ilusoria (¿¿¿¿alternativa????) cadena Tele Pío resultan columna o viñeta semanal donde es cronicado urgentemente el devenir inmediato de la sociedad cubana, seguidos con buen olfato los diversos factores contraventores de su desarrollo armónico, desde los clásicos eternizados como la burocracia kafkiana, generadora de trámites infinitos hasta la total abstracción, las “colas”, el problemático fondo habitacional, ya incorporados al acervo pintoresco del cubano, hasta las inminentes transformaciones socioeconómicas, capas de saberes recién sedimentadas en el ideario popular.   
  El hecho de que un personaje como Mentepollo, patrimonio hasta hace poco de cabarets y teatros haya sido acogido por la TV institucional, augura buenas, pero aún tímidas intenciones por apaciguar el enrarecimiento de los nexos empáticos emisor-receptor, deteriorada en consecuencia la credibilidad de este medio en su estrategia comunicativa. Se enriquece su magro sistema de representaciones sociales, fortaleciéndose la confianza de los públicos, quienes aprecian, entre risas catárticas, una complicidad ingeniosa, motín íntimo del medio contra sí mismo. Que no se conforme tan rápido y esta pequeña fama no se le vaya para la cabeza.

 

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